Cultura
Publicado el Martes, 14 de Julio del 2020

Amenazadas más de 5.000 iglesias francesas

La Iglesia barroca de Saint-Sulpice, en París, un monumento nacional.
Estado, departamentos, regiones y municipios no tienen el poder ni el dinero para afrontar esta catástrofe
 
Más de cinco mil iglesias francesas se encuentran en un estado arquitectónico “lamentable”. Más de la mitad de las 42.000 iglesias nacionales sufren de muy diversas degradaciones. Estado, departamentos, regiones y municipios no tienen el poder ni el dinero para afrontar esa catástrofe.
 
Édouard de Lamaze, presidente del Observatorio del Patrimonio Religioso (OPR), resume esa inquietante evolución del patrimonio histórico de este modo: “El trágico incendio de la catedral de Notre Dame de París nos recordó que el patrimonio arquitectónico y religioso nacional se encuentra en un estado lamentable. El Estado es propietario de las 86 catedrales de Francia. Y cumple con su misión de cuidado y entretenimiento. La gestión y cuidado de las iglesias es una tarea de alcaldes y autoridades locales. En Francia hay unas 35.000 alcaldías. La inmensa mayoría de los alcaldes no tienen recursos financieros necesarios para cuidar de sus iglesias.
 
Yo mismo soy alcalde de un pequeño pueblo de 250 habitantes, con un presupuesto de unos 200.000 euros anuales. Con ese dinero debo pagar los gastos de una escuela, una alcaldía, once kilómetros de carreteras, varios terrenos de la comunidad y una iglesia por cuidar… no me llega al presupuesto”.
 
De Lamaze está al frente de un gabinete de abogados de negocios. Su tarea como presidente del OPR le ocupa un tiempo creciente: la degradación del patrimonio arquitectónico y religioso se ha acelerado los últimos años. Más de 5.000 iglesias sufren de una agravación de su estado: techumbres en estado alarmante; sistemas eléctricos arcaicos; abandono generalizado; degradación de los muros; evacuación de aguas en estado defectuoso; techumbres a falta de reparación; campanarios que se derrumban por muy diversas razones…
La degradación de los edificios tiene otra consecuencia alarmante: crecen los robos y profanaciones, de todo tipo.
 
En ocasiones, algunas iglesias han sido ocupadas por personajes de muy diversa categoría, que no favorecen ni la tranquilidad ni la seguridad. Durante los últimos veinte años, medio centenar de alcaldes tomaron una decisión drástica: vender las iglesias de sus respectivos pueblos, “reconvertidas” en espacios privados que los compradores utilizan con muy diversos fines.
 
La Iglesia de Francia no tiene recursos financieros ni institucionales para solventar la crisis de fondo. El Estado se ocupa mal que bien de las catedrales de la nación. “Parientes pobres”, un número creciente de iglesias corren el riesgo de agravación de sus problemas de cada día. Hace apenas un año, una de las grandes iglesias parisinas, la de Saint-Sulpice, construida entre 1646 y 1870, fue víctima de un incendio no accidental. A juicio de la Policía, alguien metió fuego a ropas y enseres domésticos abandonados en una de las puertas laterales de la iglesia, donde fueron bautizados Baudelaire y el Marqués de Sade.
 
Un año más tarde, los autores del posible incendio no han sido descubiertos. Y los trabajos de restauración y reconstrucción siguen empantanados. Una de las grandes puertas de la iglesia sigue “tapiada” con maderos de obras públicos. Los andamios metálicos que rodean parte de la iglesia tienen dos objetivos: proteger parte del edificio, y proseguir los trabajos de restauración, en una calle convertida en “refugio” de hombres y mujeres sin techo ni domicilio fijo. A su manera, Saint-Sulpice es una iglesia “privilegiada”. Más de 5.000 otras iglesias, mucho más modestas, son víctimas de un abandono y crisis que puede agravarse.
 
El OPR sugiere hacer pagar a los turistas (de dos a tres euros) la entrada en las grandes catedrales de Francia, con el fin de conseguir un dinero que pudiera utilizarse en la salvaguarda del patrimonio religioso histórico. El proyecto suscita muchos debates, imprevisibles. La inconclusa crisis sanitaria y el cierre de las fronteras exteriores a la Unión Europea (UE) aplazan indefinidamente esa lejana eventualidad.
 
 

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