Cultura
Publicado el Miercoles, 11 de Septiembre del 2019

“Escribir es un acto de esperanza”

El cuento de la criada se ha convertido en el libro más prestado del año, por delante de la saga de Harry Potter

 Margaret Atwood (Otawa, 1939) siempre se consideró una escritora “seria”, aunque no necesariamente popular. Todo eso cambió con el éxito tardío de El cuento de la criada, novela publicada en 1985 y elevada a la mitología popular en plena era Trump y gracias al tirón de la serie televisa. El lanzamiento mundial de Los testamentos, la esperadísima continuación de la distopía de Gilead, ha convertido a la escritora canadiense en toda una “estrella del rock”, como ha podido comprobar a su paso por Londres.

“Escribir es un acto de esperanza”, proclamó Atwood a su paso por la Biblioteca Británica, donde El cuento de la criada se ha convertido en el libro más prestado del año, por delante de la saga de Harry Potter. Con esa sonrisa mordaz con la que desarma y cautiva por igual, Atwood se vistió de verde para la ocasión, en un coloquio retransmitido pocos después a más 1.500 cines en todo el mundo y en un acto de magia literaria al que solo puede aspirar hoy por hoy JK Rowling.

Ni los reflectores ni los altavoces parecen sin embargo alterar la envidiable entereza de la escritora al filo de los ochenta años (“mejor silenciar mi edad”), celebrada también como “profeta” por las activistas que han convertido el uniforme de las “criadas” de Gilead en símbolo global de protesta contra la marcha atrás en los derechos de las mujeres.

Escribir en su día El cuento de la criada, en un Berlín partido en dos por el muro, fue efectivamente “un acto de esperanza” en las postrimerías de la Guerra Fría. Responder a estar alturas a aquella última y premonitoria frase (“¿hay más preguntas?”) tiene ahora un doble sentido, literario y político. Los testamentos es su peculiar manera de asegurar que en el futuro seguirá teniendo lectores que la recuerden por sus más de 50 libros. Y es también una severa advertencia sobre los riesgos del presente, especialmente todo lo que está pasando al sur de la frontera de Canadá...

“Cuando escribí El cuento de la criada en los años 80, Estados Unidos era aún un emblema de libertad y democracia”, recuerda. “Ahora es cuando aflora el lado oscuro, que a mí me preocupaba ya desde entonces y que yo relacionaba con el puritanismo religioso”.

En Los testamentos, narrado a tres voces (frente al dramático testimonio personal de Defred en la primera entrega), puede vislumbrarse sin embargo la luz al final del túnel. Pese a los intentos de perpetuarse del yugo teocrático de Gilead, pese al peligroso giro que está tomando en el mundo en el siglo XXI, Atwood quiere dar ante todo una buena noticia: “Estos regímenes totalitarios no suelen durar”...

“Y no duran por varias razones: la primera de ellas es porque no logran cumplir con sus promesas”, advierte la autora. “La segunda es porque tarde o temprano surgen luchas internas. Y luego está el efecto implacable del paso del tiempo: la primera generación es la que hace el baño de sangre, la segunda generación parte de una cierta estabilidad pero empiezan a surgir ya fisuras, y en la tercera generación la circunstancias han cambiado tanto que la situación se hace insostenible”.

Entra al trapo Atwood en el pulso histórico entre las utopías y las distopías... “Las utopías surgen mayormente en el siglo XIX como una forma de concebir el otro mundo posible. Lo malo es que el siglo XX tuvimos dos guerras mundiales, y que los conflictos fueron causados precisamente por distopías que empezaron como utopías, como la Alemania nazi o la Unión Soviética. Cada utopía contiene en sí misma una distopía”.

La “utopía” personal de Margaret Atwood (que ganó el Booker con El asesino ciego y vuelve a ser finalista con Los testamentos) no pasa necesariamente por el Nobel. De alguna manera, su amiga Alice Munro lo compartió con ella al considerar que su premio era un reconocimiento implícito a toda una generación de escritores canadienses. Su renovada fama mundial han servido para volver a catapultar su nombre en las quinielas, sobre todo tras los augurios de Kazuo Ishiguro en el 2017: “Siempre pensé que la siguiente iba a ser Margaret Atwood, y espero que sea muy pronto”.

De momento, la autora canadiense ha anuciado su vuelta a la poesía y ha negado su intención de revisitar Gilead con el libro final de una supuesta trilogía. Su nueva condición de escritora “popular”, asegura, no ha afectado a su estilo: “Siempre me ha gustado la claridad, siempre me ha gustado escribir capítulos cortos”. Siempre llevó una vida “más o menos apartada o más o menos literaria”, pero todo eso cambió desde que se lanzó a las redes sociales (es todo un fenómeno en Instagram y Twitter) y abrazó su bien merecida fama con esa sonrisa perspicaz, que a veces puede parecer malévola.

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