Cultura
Publicado el Jueves, 27 de Septiembre del 2018

“EL ORIGEN DEL MUNDO”

POLÉMICA PINTURA YA TIENE ROSTRO
Encerraba un misterio que ha alimentado este tiempo su leyenda: la identidad de la modelo que posó para el pintor
 
“El origen del mundo”, la polémica vagina pintada por el francés Gustave Courbet en 1866, encerraba un misterio que ha alimentado este tiempo su leyenda: la identidad de la modelo que posó para el pintor.
 
El historiador francés Claude Schopp ha reunido las piezas de un puzzle que desvelan que se trata de Constance Quéniaux, una antigua bailarina convertida en cortesana, que amasó fortuna y que acabó sus días entregada a la filantropía.
 
Especialista en la vida y la obra de Alejandro Dumas, padre e hijo, Schopp se topó “por casualidad” con la pista que aclaraba el misterio y que, además, saca a la luz a un personaje digno de “El conde de Montecristo” o “La dama de las camelias”.
 
“A veces trabajas duro para encontrar algo y encuentras poco y, en este caso, encontré mucho por azar”, explica el experto que, tras su hallazgo, dedicó “meses” a trazar la vida de Quéniaux.
La resolución del enigma estaba escondida en un error en la transcripción de una misiva que en 1871 Dumas hijo envió a la escritora George Sand criticando a Courbet, firme defensor de la Comuna de París que los dos primeros consideraban una amenaza para sus bienes.
 
Atormentado por la frase, que mal transcrita carecía de sentido, Schopp tiró del hilo, acudió a la Biblioteca Nacional de Francia (BNF) y en la embarullada caligrafía de Dumas hijo, que él tan bien conoce, vio la luz.
 
“Fue como una revelación”, relata el historiador que, a sus 75 años, ve cómo una vida dedicada a los Dumas cobra vigor a causa del más popular cuadro de Courbet.
 
“No se debe pintar el más delicado y el más sonoro ‘interior’ de la señorita Quéniaux”, escribía el menor de los Dumas, una alusión que, para el estudioso, “sin duda hacía referencia al sexo femenino en ese contexto”.
 
A partir de esa pista, señala Schopp, el resto de los indicios fueron apuntalando su teoría hasta el punto convertirla en “irrefutable”, como sostienen la BNF y el Museo de Orsay.
Atrás quedan, a su juicio, “teorías muy hipotéticas”, como la que insinuaba que se trataba de una amante irlandesa de Courbet, que se caía por su propio peso porque la dama era pelirroja, en clara contradicción con el color del vello púbico del cuadro.
 
El cuadro fue pintado por Courbet para un diplomático turco, adepto de la vida mundana, llamado Khalil Bey. Schopp asegura que Quéniaux fue amante de Bey, que poseyó el cuadro durante año y medio pero que por su osadía apenas lo enseñaba.
 
Tampoco lo mostraron el resto de sus propietarios, que lo fueron escondiendo en un periplo que lo llevó a Constantinopla y lo salvó por los pelos de las garras nazis en Hungría, antes de regresar a París, ya entrado el siglo XX, de la mano del psicoanalista Jacques Lacan, su último dueño privado.
 
A mediados de los 90, el Gobierno francés aceptó este cuadro como liquidación del impuesto de sucesión por parte de sus herederos y desde 1995 cuelga de las paredes del Museo de Orsay.
 
Schopp publica la semana que viene un libro que traza, a partir de los datos históricos recolectados, la vida de la modelo que sirvió para pintarlo.
 
Su rostro aparece en una quincena de fotografías que ha ido desvelando y que formarán parte de una exposición en la BNF. “Es una mujer con una vida masculina, una triunfadora como los personajes de los Dumas”, asegura Schopp.
 
Nacida en 1832, hija de una madre soltera, trabajadora de la industria textil de Saint-Quentin, en el norte de Francia, Quéniaux entró en el cuerpo de bailarinas de la Ópera de París a los 14 años.
 
En una época en la que las estrellas era italianas o rusas, la joven provinciana tuvo que conformarse con papeles de segunda fila, una “mediocre carrera” truncada por problemas de rodilla.
 
“Estas jóvenes necesitaban protectores y, con frecuencia, se convertían en cortesanas”, explica el escritor, que ha podido documentar como Quéniaux lo fue de Khalil Bey, que la consideraba “un amuleto que le daba suerte en el juego”. El agradecimiento del turco, además del de otros protectores, le granjeó cierta fortuna, que la joven supo conservar y hacer fructificar.
 
“Acabó su vida como una dama respetable y acomodada”, asegura Schopp, que la considera “un ejemplo de éxito, de alguien que supo romper el techo de cristal social de la época”.
“Sufrió a los hombres, pero vivió rodeado de mujeres”, agrega el escritor, que cree que era lesbiana.
 
Entre las pertenencias que aparecen en su testamento, además de un palacete en París y una villa en Normandía, dejó un conjunto de obras sin valor artístico junto a un cuadro de Courbet.
“No debía de tener buen gusto en pintura, pero conservó un cuadro del pintor”, asegura el historiador que ve ahí otra prueba de su identidad.
 
 
 

Suscríbete a La Industria

Disfruta de nuestro contenido a diario