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Publicado el Domingo, 09 de Febrero del 2020

¿Qué sabemos sobre Villa Grimaldi?

Pinochet se propuso eliminar físicamente a sus adversarios políticos para imponer en Chile el modelo económico neoliberal. Para ello se valió del Cuartel Terranova, un domicilio de la infamia en Santiago, en donde se practicó la tortura y el exterminio como políticas de Estado

 Cuando Hitler intentó hacer desaparecer a los judíos, el nazismo creó los campos de concentración, de los que el de Auschwitz (Polonia) es la expresión más conocida; cuando Pinochet se propuso eliminar físicamente a sus adversarios políticos para imponer en Chile el modelo económico neoliberal, se valió del Cuartel Terranova, un domicilio de la infamia situado en la parte oriental de Santiago, en donde se practicó la tortura y el exterminio como políticas de Estado. Aunque cuantitativamente diferentes, en ambos casos –polaco y chileno– se vivió un apocalipsis estremecedor, una horrorosa patología política, un desenfreno de la crueldad humana, un eclipse de la razón.

Cuando en Chile, en 1973, los militares derrocaron al Gobierno constitucional y, por tanto, legítimo de Salvador Allende, acordaron –con la anuencia de Henry Kissinger, Secretario de Estado de los EE.UU– que la refundación del país se haría desde la defensa prioritaria del principio de autoridad llevado hasta sus extremos más radicales e insospechados. En ese sentido, la Declaración de Principios del Gobierno Militar, verdadero fundamento de un nuevo orden jurídico, maximalista y opuesto al debate político, otorgó amparo e impunidad al terrorismo de Estado, que desde sus primeros momentos se materializó en detenciones ilegales, intimidación de la sociedad civil, violación sistemática de los derechos humanos y desprecio absoluto a la vida de cualquier persona que, por sus hechos o ideas, no gozara de la aprobación de la Junta Militar y sus agentes siniestros.

Qué pesadilla tan amarga cayó sobre el pueblo chileno, después de cinco décadas ininterrumpidas de democracia. Qué sórdida finalidad política de gobernar el país sin respeto a las personas de ambos géneros, a los sujetos que piensan y sienten, a los individuos, sometidos todos ellos a la ley del escarmiento y la humillación. Y para que todo este diseño apocalíptico se viera realizado con auxilio de una metafísica de justificación del exterminio, los agentes de la DINA (Dirección de Inteligencia Nacional) acondicionaron como celdas las salas de un cuartel alejado del centro de la ciudad, desde donde nadie escuchaba los gritos de dolor de los detenidos, ni nadie sospechaba del triunfo cotidiano de Tánatos (personificación de la muerte).

Allí, en ese recinto situado en una parte solitaria de la avenida José Arrieta, en Santiago, he podido conocer personalmente el testimonio doliente dejado por las víctimas de la barbarie implementada en Chile entre 1973 y 1978. En una de las salas principales de este centro, ex sede del horror y la indignidad, –en donde 38 mil fueron torturados y 3 mil desaparecieron por el terrorismo de Estado– salió a mi encuentro un mural que, prácticamente, lo dice todo: “La tortura…consistió en la aplicación por parte de los agentes de la DINA de distintos métodos y acciones intencionadas de castigo físico, psicológico y sexual sobre los detenidos y las detenidas…la finalidad de las torturas era la obtención de información, el castigo personal, la anulación de la personalidad, el atentado a su dignidad y servir como escarmiento para intimidar al resto de las personas secuestradas en el lugar”.

Cuando el espíritu democrático de la ciudadanía dictó el final de la dictadura militar, el pueblo chileno rescató con mucho esfuerzo este lugar que había sido un campo de concentración, en el cual la DINA borró casi todas las huellas materiales de sus delitos. Y hoy, este lugar se encuentra abierto, como un templo laico, a todas las personas del mundo con sensibilidad democrática y practicantes de la tolerancia. Pero lo más importante es que en ese punto de la ciudad ha sido instalado un hermoso parque y punto de encuentro para la reconciliación, la reflexión y la paz, que se conoce con el nombre de VILLA GRIMALDI. Allí, el espíritu humano se ha puesto nuevamente de pie para honrar la memoria y recoger el mensaje de dignidad de los que sufrieron la brutalidad extrema como método político, por haber cometido “el delito” de soñar y luchar con nobleza por un hombre nuevo en una sociedad mejor.

En América Latina, de VILLA GRIMALDI se conoce poco, por no decir nada. Sin embargo, como escenario de un hecho que interpela y somete a escrutinio a nuestros principios éticos, también nos pertenece a los portadores (chilenos y no chilenos) de la ilusión y el compromiso con la construcción humanizada de la historia de los pueblos latinoamericanos. En ese llamado Parque por la Paz, situado en la comuna municipal de Peñalolén, en Santiago, los jardines nos brindan su aroma y los pétalos de las flores se abren para seducirnos e implicarnos en la tarea ardua y universal de defender los derechos humanos en cualquier lugar donde nos encontremos.

Hoy, en VILLA GRIMALDI, bajo un cielo abierto y una apuesta irreductible en defensa de la persona, a las chicas y chicos en edad escolar se les educa en la práctica del respeto, inculcándoseles con pericia pedagógica la importancia de vivir en paz.

 

Por: Eduardo Ruiz Robles-Colegio de Doctores y Licenciados de Madrid

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