Tratar sobre temas y personajes vigentes es siempre un riesgo. Por un lado, puede ser un libelo en el que se denote a alguien; por otro, puede convertirse en una hagiografía o simple publicidad a personas poderosas. El editor Ernesto Carlín da su comentario sobre la película nominada a tres premios Oscar Los dos papas.

En Los dos papas se cae en este segundo grupo. No es que se pida objetividad, pero sí algo de ingenio para retratar a dos protagonistas de las páginas internacionales Benedicto XVI (Anthony Hopkins) y su sucesor, el cardenal argentino Jorge Bergoglio (Jonathan Pryce/Juan Minujín de joven).

La trama gira sobre un encuentro de ambos, con Benedicto pensando en retirarse del papado, mientras su interlocutor le pide que lo releve de su cargo de cardenal.

Son dos personalidades opuestas, tal vez complementarias. El religioso alemán se muestra apegado a las costumbres, así incluya algo de pompa, y se maneja con soltura en el Vaticano. Su contraparte es más campechano.

Los pasajes oscuros del pasado de ambos son revisados con condescendencia, en especial la actuación de Bergoglio durante el régimen militar argentino.

Una forma de ver la película es como un fin de semana entre dos colegas, en el que ambos intercambian pareceres y aprenden uno del otro. 

Hay momentos jocosos, como la erudición de Ratzinger sobre música clásica, pero su desconocimiento de The Beatles y la cultura popular, o la cantidad de veces que Bergoglio menciona a su equipo de fútbol, el San Lorenzo. 

Un imperdible es el momento en que los dos protagonistas, ya como papas, ven la final del mundial de Brasil entre Argentina y Alemania.

Es una película que no corre riesgo. Para dramas vaticanos continúa siendo mejor Habemus Papam, de Moretti.