Para hacerlo, como buen docente, investigó sobre el buen uso de las palabras y la posibilidad de combinar imaginación con realidad para saber no solo cómo los escritores, sino también los lectores, asumen un compromiso con el mundo en que todos vivimos.
Conocí a Néstor desde la Universidad Nacional de Lambayeque, nuestra alma mater, hoy la Pedro Ruiz Gallo-UNPRG. Néstor cursaba dos años superiores al mío. Luego, en la década del 70, él se convirtió en un referente de la literatura lambayecana con la Unión de Escritores y Artistas Lambayecanos (UNEAL); otros formamos después la Asociación de Escritores Lambayecanos (ADEL), a la que también irían a recalar escritores de la UNEAL.
Como estudiante de Literatura, hacía mis pinitos en poesía; pero me incliné más por la pasión que hasta hoy llevo: el periodismo. No obstante, aproveché de la literatura para escribir mis crónicas y una novela premiadas.
Años después, durante mucho tiempo gocé con la pluma de Néstor y de otros grandes intelectuales de Lambayeque, el Perú y el mundo, gracias a UMBRAL, la revista semestral de Educación, Cultura y Sociedad, editada por el Fondo Editorial de la Facultad de Ciencias Histórico Sociales (FACHSE), de la UNPRG; esa maravillosa publicación que él dirigía en difíciles contextos –como alguna vez mencionó–, a veces saliendo de las sombras, esquivando con paciencia los Escilas y Caribdis, más allá de los contagiosos espíritus mediocres, batallando contra mentalidades retrógradas, con páginas convertidas en oriflamas, para sublevarse contra todas las expresiones que buscan mutilar los sueños o la creatividad, especialmente en la universidad, que debe ser siempre el espacio en donde fecundan de manea rutilante las más altas potencialidades, tanto de docentes como de estudiantes.
A veces, UMBRAL se publicaba en ediciones doble, pues las vallas económicas pugnaban por cancelar este magnífico y sólido proyecto cultural que con humildad y constancia del equipo editorial de Néstor Tenorio desde la FACHSE, se había ganado un sitial en el ámbito educativo, literario e intelectual en general de todo el país.
Ahora, Néstor Tenorio condensa todos los sueños de más de medio siglo, en “Tupay, de puño y letra”. “Tupay”, palabra que en quechua significa “Punto de encuentro”, es una obra de la que disfrutamos su excelente y dilatada trayectoria, un libro perdurable de consulta permanente, como afirma en su prólogo nuestro escritor Ricardo González Vigil, miembro de la Academia Peruana de la Lengua.
El mundo, el Perú y Lambayeque
Y es cierto. En diez estancias y una coda, “Tupay” reúne lo más importante del mundo literario e intelectual mundial, peruano y lambayecano. En esta entrega referimos las primeras estancias.
En la primera, desde su Mirador universal, el Tupay de Néstor nos lleva de la mano por mundos fantásticos con quienes de niños y jóvenes caminábamos y con quienes crecimos literariamente: Cervantes y su inmortal idealista Quijote; del joven universitario protagonista de Crimen y castigo, de Dostoievsky; disfrutamos con la comedia de Bocaccio, uno de los padres de la literatura italiana y su Decamerón, influencia de muchos cuentistas y novelistas modernos; nos insertamos en la sociedad francesa y el erotismo de Madame Bobary, de Flaubert; nos desolamos con la desolación de Juan Rulfo, su Pedro Páramo o su El llano en llamas; o lloramos con esa inmensa novela de Víctor Hugo, Los Miserables; y nos solazamos con el boom literario que nos cautivó a escritores y lectores de toda una época, desde que Gabriel García Márquez se animó a escribir la historia de la familia Buendía y creó Cien años de soledad; y con esa novela también creó lo que Néstor Tenorio define como el nuevo novelar y el estruendo boomcístico.
En su Mirador peruano, en una segunda estancia, Tenorio se aproxima a la trinchera de lucha del poeta, escritor y periodista Sebastián Salazar Bondy y su novela comprometida; a Ciro Alegría, de quien el tiempo se ha encargado de elevar a través de su poca obra novelística que, con “El mundo es ancho y ajeno”, tiene una presencia quemante en estos tiempos decisivos de nuestra historia.
Tenorio también bebe las aguas del indigenismo de José María Arguedas y otros muchos escritores más. Y en un artículo titulado “La terrible ausencia de José María Arguedas”, Tenorio escribe sobre su trascendencia: “Culpable de escribir, culpable de decir su verdad; culpable de amar a los indios; culpable de comunicarse en quechua; culpable de honestidad, culpable de pájaros y ríos y sauces dolientes, culpable de novelas, culpable de canciones, culpable Arguedas de ser Arguedas”.
El autor de este documento también describe al libro que en los últimos meses del 88 escribió Miguel Gutiérrez sobre “La generación del 50” y a su mundo dividido y reproduce su artículo para el Dominical de La Industria, donde señala que dicho libro devino de una investigación universitaria de uno de los forjadores del Grupo Narración, núcleo de trascendental significación en la dinámica de la literatura peruana y en su profunda renovación artística, con Oswaldo Reynoso, Antonio Gálvez Ronceros, Gregorio Martínez, Eleodoro Vargas Vicuña y muchos otros más, así como artistas plásticos como Víctor Humareda y Szyszlo; además de filósofos, historiadores, científicos sociales, estudiosos de la literatura y escritores-periodistas.
Páginas especiales están dedicadas para Alejandro Romualdo, otra luminaria de la generación del 50 y su cantar integral, quien en 1987 fue invitado al colegio Túpac Amaru de Tumán, donde también en Chiclayo, ofreció vibrantes recitales y una versada y apasionada conferencia sobre la poesía popular en el Perú.
(Larcery Díaz Suárez-comunicador social)