Ernest Hemingway tecleando Por quién doblan las campanas, Al otro lado del río y entre los árboles o El viejo y el mar en Finca Vigía, ese caserón blanco a 15 kilómetros del centro de La Habana que alquiló por 100 pesos (la moneda cubana equivalía al dólar) en 1939 y luego compró por 18.000 al contado.
Hemingway bebiendo daiquiris en El Floridita junto a Ava Gardner, Spencer Tracy, Sartre, compatriotas de todo pelaje o amigos cubanos (“bebo desde los 15 años y hay pocas cosas que me hayan producido tanto placer... Sólo en dos ocasiones es malo beber: cuando se escribe o cuando se combate”).
El Premio Nobel de 1954 apostando de pie en una pelea de gallos en la plaza de toros en miniatura que se hizo construir al fondo de su finca. Tuvo hasta 20 gallos y llegó a ganar 800 pesos en un combate.
Ernest Miller Hemingway (1899-1961) llegando por primera vez a La Habana con 28 años a bordo del vapor inglés Orita con Pauline Pfeiffer, su segunda esposa, con la que se había casado 10 meses antes. Allí vivirá 22 años, el tercio de su vida
Aquel hombretón de más de 90 kilos, pies grandes y 1,80 boxeando “bien y pegando duro” con Kid Mario, Mario Sánchez Cruz, ex campeón de los pesos welter en los años 30 y 40 y luego masajista.
Papa conversando, por primera y última vez, con Fidel apenas unos minutos el 15 de mayo de 1960 tras una jornada de pesca.
El cincuentón fanfarroneando de sus 200 cicatrices en su cuerpo y asegurando que es capaz de contar la historia de cada una.
El yanqui de la barba blanca peinándose cada poco con un peine de nailon siempre en el bolsillo, o atusándose con la mano, dicen que siempre sin calzoncillos y calzando náuticos cuando no iba descalzo.
El propietario de 9.000 libros en Finca Vigía, cuatro perros y 57 gatos ordenando que se coloquen cuatro lápidas al lado de la piscina con los nombres de los canes Blackie, Negrita, Machakos y Black Dog.