Cultura
Publicado el Lunes, 04 de Noviembre del 2019

Un cementerio de anclas para la memoria viva de Portugal

A unos 40 kilómetros de la frontera con España, la Playa del Barril sorprende con las huellas del pasado.

 Cruzamos la frontera portuguesa desde la provincia de Huelva y pasamos a la parte más cercana del Algarve. A menos de 40 kilómetros del límite, se alza Tavira y allí, en los alrededores, la Playa del Barril sorprende con un paisaje de aspecto extraño que es un cementerio de anclas.

Más de 200 áncoras se extienden ante nuestros ojos y entonces surgen las incógnitas: ¿a qué obedece? ¿por qué allí? La respuesta la tienen las gentes del lugar, pues la zona albergaba a un grupo de pescadores (y sus familias) en busca de atún, muy apreciado en la gastronomía del sur de Portugal.

Pero en la década de los 60 el globo se pinchó y salió a la luz el fenómeno de la sobrepesca. Todo dio un giro entonces y las autoridades locales decidieron dejar huella y constancia de aquella actividad al colocar sucesivamente las anclas de las flotas pesqueras sobre las dunas. Objetivo: contribuir a la memoria colectiva con este singular cementerio que, a lo lejos, dibuja un horizonte de aspecto más bien fantasmagórico.

Las áncoras se muestran en líneas rigurosamente rectas, de una simetría escrupulosa, para rememorar la precisión con la que ejecutaban su función aquellos pescadores de antaño. Antes de que los atunes cruzaran el Estrecho de Gibraltar, se clavaban las anclas en el fondo del mar, a una distancia que oscilaba entre los cinco y los 10 kilómetros de la costa.

De los dos extremos de las áncoras, uno se clavaba en el fondo del mar y el otro mirando al infinito. Precisamente, en estos últimos se instalaba una enorme red que desembocaba en una trampa mortal para estos peces. El botín estaba servido.

La pesca proliferó durante siglos, pero el “efecto llamada” terminó por agotar las existencias de esta especie en los años 60 y todo se vino abajo.

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