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Publicado el Domingo, 03 de Noviembre del 2019

Mórrope fiel a sus difuntos y costumbres

Cientos se volcaron al cementerio a velar a sus muertos

 Es verdaderamente satisfactorio encontrar a una población tan apegada a sus raíces. A pesar del transcurrir de los años, Mórrope es uno de esos pocos distritos lambayecanos que aún mantiene vivas sus tradiciones y costumbres. Este pueblo heredero mochica no deja de inculcar en las nuevas generaciones su cultura para mantenerla viva año tras año.

El Día de los Fieles Difuntos, apartado en el calendario por las principales iglesias del mundo, es una fecha especial para que los morropanos den a conocer sus vivencias, colorido, gastronomía y una serie de riquezas culturales que cada año atrae a miles de visitantes.

La mañana siguiente al Día de todos los Santos, Mórrope se despertó con la entrada de la banda de músicos del Ejército del Perú y la concentración de estampas típicas engalanadas con coloridos trajes bordados y cargando todos sus implementos tradicionales, como los porongos de chicha; las alforjas lilas, fucsias, amarillas y todos los colores más cálidos y hermosos que uno pueda imaginar; sobre la cabeza el sombrero de paja los hombres, y las mujeres con los trajes de satén también de los más variados colores y el cabello trenzado.

No hay duda, el pueblo está de fiesta, y es el momento para recordar a sus difuntos, aquellos que partieron como dicen, a mejor vida, o rezar por aquellos que aún transitan por el purgatorio.

El pasacalle se inicia por las principales calles de la ciudad, y a su paso va recordando a los pobladores que es momento de concurrir todos en familia a velar a sus muertos.

Efectivamente, unas cinco cuadras antes de llegar al camposanto, el bullicio, la música, el olor a picarones, carne seca, cabrito, manzanas acarameladas, dátiles, globos, juegos de mesa, carruseles para los más pequeños, sin faltar las vendedoras de flores, conforman el inicio de la feria.

Todo está abarrotado de gente, familias enteras, desde el bebé de la casa hasta el abuelito, que con bastón o silla de ruedas, no puede faltar a la velación.

Ese es, podríamos decir, el pasadizo previo o el lugar de reposo de los que ya salen del cementerio y desean degustar cualquiera de estos platillos y dulces regionales.

Velas para alumbrar el camino

Ya en el interior del mausoleo es casi imposible caminar, todos quieren coronar a sus muertos. Todo está repleto de familias, al parecer en Mórrope ningún difunto se queda sin ser visitado por sus deudos.

Muchas señoras, especialmente las de mayor edad, portan coronas hechas de flores de papel por ellas mismas. Otras familias llevan flores naturales, muchos rezan al lado de la tumba, otros llevan músicos que entonen alabanzas religiosas, pero lo que no puede faltar en la mayoría, son las velas. Sí, muchas velas al pie de la tumba, que encienden una a una, y permanecen ahí evitando que se apaguen.

Estas velas significan alumbrar el camino que debe seguir el difunto para llegar a su morada celestial y no quedarse en el purgatorio.

Aún quedan familias que acuden desde la noche anterior para velar a sus familiares; no obstante, hoy la gran mayoría llega el mismo día. Lamentablemente no pudimos encontrar aquellos que llevan en sus alforjas la chicha de jora que más le gustaba al difunto en vida, y brindan con él. Esto se ha dado mayormente el 1 de noviembre, nos explican los presentes.

Entre tantos, la familia Farroñán Sandoval permanece al lado de la tumba de sus bisabuelos; a cada uno les ha puesto un mínimo de 10 velas. Encarnación Farroñán y su esposa Josefa Sandoval Chapoñán son los encargados de esta tarea.

Más allá una familia más numerosa, Acosta Baldera, también trata de evitar que se apaguen las velas con el poco aire que sopla a esa hora.

Más de mil turistas llegaron a Mórrope

El subgerente de Desarrollo Económico de la Municipalidad Distrital de Mórrope, Javier Sandoval Baldera, manifestó que esto no es nada, el 1 de noviembre la afluencia fue multitudinaria y no solo de gente local, sino de distritos vecinos, y muchos turistas.

Anotó que a nivel local alrededor de 40 mil pobladores participaron de esta festividad, y más de mil visitantes se volcaron a Mórrope atraídos por sus costumbres.

Destacó que generación tras generación siguen valorando las costumbres de sus antepasados. “Las familias velan desde la noche anterior, se quedan toda la noche o contratan un sacerdote, para que entone cánticos y alabanzas”, explicó el funcionario, quien encabezó la evaluación del concurso de estampas típicas del pueblo de Mórrope, realizado a nivel de caseríos y anexos.

Participaron cinco centros educativos, con coloridas estampas como el algodón nativo y elaboración de la chicha de jora. El primer premio fue de 800 soles y el segundo de 400, los mismos que fueron entregados durante la clausura de la Feria Tradicional de Todos los Santos.

En la víspera los turistas gozaron con la representación de un entierro morropano, donde quizás se vuelca todo el sentimiento en su máxima expresión, ya que no faltan los desmayos de aquellas plañideras prácticamente “forradas” de pies a cabeza con el luto.

El manto

por un mes

En Mórrope cuando una persona fallece lo primero que hace la familia es enlutarse rígidamente. Las mujeres hasta con mantos negros en la cabeza, y los hombres permanecen con un recorte negro en el bolsillo de la camisa.

Durante un mes rezan todas las noches por el difunto, acompañados por vecinos y familiares, y realizan finalmente la bajada del manto.

En el momento del entierro suceden varias cosas, y los morropanos no se inhiben de expresar sus emociones, ya que siempre el llanto termina con desmayos de los familiares más cercanos.

Así dejamos Mórrope, este distrito ubicado a 42 kilómetros de Chiclayo y donde el inclemente calor no es obstáculo para que miles de familias acudan a velar y coronar a sus fieles difuntos; nos alejamos de la imagen del Señor de la Caña, que pasado el mediodía es cargada en hombros por la estrecha calle abarrotada de público, y donde nos despide un olor a sahumerio, entremezclado con los exquisitos aromas de los sabrosos potajes que emanan de las ollas de barro en las llamadas “ramaditas”, que son el deleite de cientos de comensales. Será hasta el próximo año, en que fiel a sus costumbres, la esencia morropana continúe vigente.

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