Cultura
Publicado el Lunes, 09 de Septiembre del 2019

Un libro conservó su brillo durante 2.000 años en el fondo de una cueva

La sal y el entorno desértico impidieron el deterioro de uno de los manuscritos del Mar Muerto.

 El Rollo del Templo, de más de ocho metros de largo y escrito en hebreo en el año 250 a.C., ha resistido más de 2.000 años de vida en una cueva. Las 18 hojas pergamino, divididas en capas, destacan principalmente por su blancura color marfil y su grosor de ni siquiera 0,1 milímetros.

La obra fue uno de los manuscritos que se hallaron en la región del Mar Muerto el pasado siglo y la que mejor se conservó. Las principales claves sobre su preservación que ofrece un estudio del MIT (Massachusetts Institute of Technology) publicado este fin de semana en Science Advances son, ni más ni menos, que la sal y el desierto.

Los Manuscritos del Mar Muerto, que los eruditos definen como unos de los tesoros más grandes del patrimonio cultural, se preservaron entre caliza en once cuevas de Qumrán (valle del desierto de Judea en Cisjordania) que les mantuvieron protegidos de la humedad. La obra permaneció en un ambiente seco, encerrado en una jarra. Además, para que ningún saqueador encontrara aquellos libros muy preciados, los miembros de la comunidad judía los escondieron bajo escombros y guano (sustancia formada por los excrementos de aves y murciélagos).

El estudio de la composición por el MIT, basado en rayos X y en la espectroscopia, ha demostrado que el El Rollo del Templo fue producido de manera distinta que los demás.

Admir Masic, uno de los autores de la investigación y profesor de ingeniería civil y ambiental del MIT, considera la obra como la perfección: “Era el pergamino más increíble. Consiguieron crear un soporte perfecto, muy brillante. Era el más bonito de todos los que había”.

El manuscrito se elaboró con piel de animal y encima de esa capa llamada colágena (orgánica), se depositó otra inorgánica para preservar la tinta. Esta última desprende restos de sodio en altas concentraciones, junto a calcio y azufre. Aquella alta y sorprendente presencia de minerales (que no viene del entorno) ha permitido, según creen los investigadores, mantener el brillo del pergamino y la legibilidad de la escritura.

El profesor supone que la comunidad judía desconocía las propiedades de esas sustancias y que tuvo suerte. “Pero está claro que tendríamos que aprender de ellos”, añade.

 

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