Cultura
Publicado el Domingo, 31 de Marzo del 2019

La resurrección del Cristo Cholo

Sufrió estrepitosa caída en febrero, lo operaron tres veces y vuelve tras impresionante recuperación
 Como si su vida se inclinara a imitar al personaje que encarna cada año, el actor Mario Valencia, conocido como el “Cristo Cholo”, ha “vuelto a la vida” después de recuperarse de una estrepitosa caída que sufrió en febrero último y ahora se alista para cargar nuevamente la cruz por Semana Santa.
 
Ha pasado solo cinco semanas desde aquel 18 de febrero, día en el que el actor de 61 años cayó desde el quinto piso de su vivienda de Comas al pisar una madera apolillada cuando intentaba ingresar por una ventana debido a que un familiar se olvidó la llave.
 
Fractura en la clavícula. Sangrado en los pulmones. Costillas fuera de lugar. Y una mandíbula partida que necesitó una placa de titanio y cuatro clavos para colocarla nuevamente en su sitio. Perdió la conciencia por cuatro días y, gracias a la pericia de los médicos del hospital Sergio Bernales de Collique, pudo recuperarse de sus heridas luego de tres operaciones.
 
Sin embargo, Valencia Rivadeneira no solo le da crédito a la ciencia: “estoy de pie por un milagro, yo debí morir pero sigo con vida, nadie sobrevive desde un quinto piso”, cuenta al recordar que primero cayó hacia una mampara en el tercer piso y luego al cemento del primer piso. “Estoy herido, pero no vencido”, subraya.
 
El actor que ha dedicado 40 años a la representación del Vía Crucis de Jesucristo en Semana Santa está convencido de que la divina providencia lo iluminó para que siga cargando la pesada cruz de 90 kilos en compañía de miles de fieles.
 

Una infancia dura
 
Pero la vida no ha sido fácil para este hombre que antes también salvó de morir en un accidente de tránsito o cuando fue arrastrado por las aguas del río Rímac mientras actuaba de Jesús.
 
“De niño soportaba muchas cosas feas en casa”, recuerda apesadumbrado. Por eso, señala, a los 6 años busqué “nuevos rumbos” pensando que mejoraría mi vida.
 
Aunque trata de no ahondar en escenas difíciles de su vida, recuerda que un día, estando debajo de un conocido puente en el Centro de Lima, entre restos de comida, gente ebria, ratas y basura, se atrevió a hablar con Dios.
 
“Señor, si tú verdaderamente dices ser quien eres, ¿por qué permites que viva así? Esto es un infierno. Si eres quien eres, sácame de aquí y te prometo cargar tu cruz hasta que me lo permitas”.
 
Esa misma noche con luna llena, impulsado por una fuerza que él mismo no puede explicar coherentemente, llegó a la iglesia de Las Victorias donde se presentó ante un cura, quien con mucha amabilidad le enseñó la palabra de Dios y le dijo que él fue traído por el Espíritu Santo. Allí inició su nueva vida.
 
 
De Mesías a camionero
 
Siempre tuvo habilidad con el volante. Por eso, no le costó mucho trabajo obtener el brevete A4, la máxima categoría para conductores profesionales.
 
Sin embargo, uno a uno iba perdiendo trabajos importantes. “Una vez me convocaron para ser chofer en la Embajada de los Estados Unidos. Les gané a los más de 50 postulantes y me quedé con el empleo en el que iba a ganar poco menos de 1,500 dólares.
 
Hasta que me dijeron “el lunes empiezas a primera hora. Ven con el pelo corto y bien afeitado y obviamente, no me presenté”, recuerda con cierta pena y orgullo a la vez.
 
“De un tiempo a esta parte soy transportista de combustible. Es el único trabajo donde no me han dicho córtate el pelo o aféitate. Agradezco a la refinaría de la Pampilla, a Conchán, a todos mis hermanos choferes, que Dios los bendiga. Soy chofer de un camión de combustible, de una cisterna que muchas veces está llena de petróleo, otras veces gasolina, anteriormente kerosene, gasohol y recientemente gas GLP. Rindo un homenaje a todos los transportistas de combustible por ser un trabajo peligroso, ya que trabajamos con elementos volátiles”.
 
 
Su Semana Santa número 41
 
Si este año le dan permiso para subir al cerro San Cristóbal por Semana Santa, sería la vez 41 que Mario Valencia cumple la promesa hecha a Dios debajo de un puente en el Centro de Lima. Solo está a la espera de los permisos, tanto para el ascenso al cerro como para el bautizo en el río Rímac.
 
“Agradezco a mi madre que es mi bendición, le pido perdón por todo lo que le hice sufrir. Le agradezco al Señor por mantenermela con buena salud. Nadie en mi familia está de acuerdo con el recorrido que hago, pero lo tengo que hacer porque el Señor me ha salvado la vida y esta es mi manera de agradecerle”.
 
A Mario, padre de dos hijos, le gusta mirar al cielo cuando es fotografiado. Le gusta ser amable en el saludo y en la despedida. Le gusta ser atento con la visita, por eso nos invitó jugos de fruta que su anciana madre preparó cuando la visitamos. “Qué Dios te bendiga”, le dice a nuestro camarógrafo cuando termina sus tomas.
 
Mario besa el rostro arrugado de su madre y nos hace saber que la bendición más grande es justo tenerla a su lado. Ella es quizá quien más lo entiende en este pacto que hizo con Dios debajo del puente.

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