Cultura
Publicado el Miercoles, 01 de Enero del 2020

Julio Ramón Ribeyro también dibujaba

A los 25 años de su muerte, un libro recupera pinturas y apuntes inéditos del peruano

 Alguien critica el paisaje desértico de la costa peruana. A mí en cambio me fascina. En una cuartilla amarillenta, bajo su letra gruesa y marrón, Julio Ramón Ribeyro esboza dunas naranjas y cielos azules. En diciembre de 1994 moría en Lima el genial cuentista peruano. Ahora, un libro recupera una de sus aficiones menos conocidas: las pinturas. Un centenar de cuadros, bocetos, dibujos de gentes y paisajes que acompañan otras tantas notas inéditas –y que permiten al lector encarar la obra de Ribeyro desde otra perspectiva– componen Dibujos y notas (1978-1992), que un peruano Grupo Editorial presenta cuando se cumplen 25 años de la muerte del genial autor.

“Lo visitaba cuando estaba en París, y recuerdo una batería de dibujos que tenía en su estudio: acuarelas, pinturas, planos…”, rememora Claudio de la Puente, embajador peruano en España y sobrino (y ahijado) de Ribeyro. “Eso demuestra que su sensibilidad va más allá de su literatura: complementa su visión con ironía y humor. Solo hay que leer algunos de los comentarios que hace a otros escritores, parece que estemos leyendo sus Prosas apátridas”.

En efecto, los dibujos de Ribeyro están llenos de acotaciones, postillas y comentarios que parecen sacados de esa obra magna mezcla de diario, aforismo y ensayo que son sus Prosas apátridas. ¡Qué viejo pesado!, se lee en una portada de La guerra y la Paz que dibuja a lápiz Ribeyro, sobre la regia efigie de un barbudo Tolstoi de ceño fruncido.

Ribeyrólogo confeso, el embajador contextualiza la importancia del escritor: “A principios de los cincuenta Ribeyro escribe en un artículo (de un diario limeño) que Lima es una ciudad sin novela, y denuncia que no existe una visión holística de la capital”. Todo cambiaría a partir de esa década con la irrupción de la conocida como Generación de los 50: Luis Loayza, Enrique Congrains, Carlos Germán Belli… poetas y narradores que captan ese momento de migración del campo a la capital y de surgimiento de la clase media peruana. “Ribeyro se dedicará a rescatar para la literatura a los desposeídos”, explica De la Puente. A rescatar a los, como dice en el prólogo La palabra del mudo (la antología de sus cuentos), “excluidos del festín de la vida”. Ribeyro se convirtió, en palabras del que quizá pase por ser el mejor cuentista de la siguiente generación, el nicaragüense Sergio Ramírez, en “un cuentista único, que hizo del cuento un arte único y vive en un lugar único: en lo alto de la colina de la excelencia”.

Las cuatro viejitas centenarias, del brazo, con sus abrigos de piel, me cruzo nuevamente con ellas, dice bajo el dibujo de cuatro mujeres de espaldas. De lo entrañable pasa al drama: La Dama esquelética: no sufre de SIDA, de cáncer, de tuberculosis u otra grave enfermedad de naturaleza infecciosa (…) sufre de anorexia, es decir, del rechazo de toda forma de alimento, explica bajo el fino dibujo de una mujer con la que se cruza en el hospital.

“Es un libro-objeto que respeta al autor, que mantiene su espíritu pero que a la vez nos permite meternos en su mente”, resume Julio Ramón Ribeyro hijo, que estuvo implicado desde el comienzo en la publicación del libro de dibujos y notas. “Muchas veces los apuntes que acompañan a los dibujos son apuntes no pensados para ser publicados, por eso ofrecen una visión única de su intimidad y de su forma de pensar”.

Comentarios, como destaca Ribeyro hijo, en los que sobresale “su sentido del humor único”. Aunque también hay apuntes más oscuros. Una muestra son sus dibujos dedicados a la isla de Capri: al lado de una estampa luminosa, de vivos colores –He bebido poco, solo una botella de whisky en todos estos días (mezclada con agua, o naranjada), pues los vinos italianos me resultaron insoportables, escribe sobre el paisaje–, el libro coloca otra posterior: Mirar bien, mirar bien todo lo que rodea. Pues no lo volverás a ver más. Presentimiento de que jamás regresaré a Capri. ¿Para qué, me pregunto, además?, anota sobre un paisaje esta vez negro, techado con nubes oscuras.

“Solo puedo estar satisfecho” confiesa su hijo. “Me pregunto si él se imaginaría que 25 años después de su muerte estaríamos celebrando y recordando su obra de esta manera”, dice, y recuerda que la obra del autor de La tentación del fracaso (quizá su obra maestra) cada vez se traduce más. Hay traducciones al árabe, al inglés. El año pasado se tradujo al polaco. “Me pregunto si se imaginaría esto cuando estaba en esos cafés miserables, en esas miserables habitaciones de hotel”, apostilla. “Si soñaría entonces con la vigencia de su obra”.

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