Cultura
Publicado el Lunes, 04 de Noviembre del 2019

Las lecciones de política de William Shakespeare

Todo está en Shakespeare; desde el puño de hierro de Vladimir Putin a Juego de Tronos o Breaking Bad.

 Todo está en Shakespeare: el triunfo contra pronóstico de Donald Trump, la demencia de Kim Jong-un, el Brexit, el puño de hierro de Vladimir Putin, el populismo de Jair Bolsonaro, las locas promesas de Matteo Salvini, el asesinato de Khashoggi en la embajada saudí... Incluso Juego de Tronos o Breaking Bad. Un William Shakespeare como estratega político que puso en escena complots para usurpar el reino, revoluciones contra un estado corrupto y a los tiranos más fascinantes.

Si Maquiavelo sentó las bases de la filosofía política moderna en El príncipe, Shakespeare definió en sus obras de teatro el perfil psicológico del soberano déspota. Así lo lee Stephen Greenblat, catedrático en Humanidades de Harvard, premio Pulitzer y fundador de la corriente del new historicism en los 80, en su ensayo El tirano. Shakespeare y la política (Alfabeto), donde repasa a los villanos del dramaturgo para establecer un canon de cómo todo un país permite que lleguen al poder.

“Maquiavelo fue arrestado y torturado. Hasta donde sabemos, Shakespeare nunca fue a prisión, aunque se enfrentó a serios problemas siempre supo manejarse para salir airoso. Desarrolló un discurso muy subversivo, ampliamente aplaudido por el público. Shakespeare siempre funciona de esa manera: habla de lo que no se puede hablar en su época”, señala Greenblatt. Una época en que insinuar que la reina Isabel I, en el trono desde hacía más de 30 años y que se negaba obstinadamente a nombrar un sucesor, era una tirana y equivalía a la pena de muerte. De hecho, Cristopher Marlowe, el colega-competidor de Shakespeare, murió apuñalado por un agente secreto al servicio de la reina.

El teatro isabelino estaba sometido a una censura férrea. Moralistas, clérigos y funcionarios clamaban para que cerraran los corrales teatrales. Y Shakespeare recurrió a un pasado remoto, a la antigüedad clásica, a la Escocia del siglo XI o a la Gran Bretaña precristiana. “Como en los regímenes totalitarios contemporáneos, la gente desarrollaba maneras para hablar en código”, apunta Greenblatt.

Shakespeare se pudo permitir criticar a los ricos y poderosos desde los labios de un rey loco como Lear. Una estrategia de locura que, por cierto, ya usó Cervantes en El Quijote, que Shakespeare leyó al final de su carrera.

A partir de las figuras de Macbeth, el rey Lear, Coriolano, Julio César y, sobre todo, Ricardo III, Greenblatt traza el retrato robot del tirano shakespeareano: narcisista, arrogante, colérico, dominante, de una masculinidad agresiva, con un hondo desprecio hacia las leyes porque se interponen en su camino y... movidos por inquietudes psicosexuales diversas (la necesidad de mostrar su virilidad, el temor a la impotencia, la ansiedad a no ser considerado suficientemente poderoso, etc.).

 

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