Cuando explotó la noticia del Nobel, en el año 2010, cursaba los últimos ciclos de Lengua y Literatura en la Universidad Nacional Pedro Ruiz Gallo. La noticia me la hizo saber el maestro Carlos Horna Santa Cruz. Lo recuerdo nítidamente. Fue una nublada mañana de octubre. En aquella ocasión, la prensa súbitamente se literaturizó con un chauvinismo oportuno, y se hablaba de cultura en la televisión, recuerda el docente y escritor Ernesto Facho Rojas
En ese entonces, Mario Vargas Llosa había publicado su última novela, cuya portada tenía un hermoso color rojo, sobre el cual se lucía el perfil de un hombre con bigotes. ¿Sobre qué trataba esa obra, cuya publicación tuvo lugar mientras el marqués de Vargas Llosa recibía el máximo galardón para un escritor en este planeta?
A fines del siglo XIX, Roger Casement es un irlandés que está maravillado con su cultura, su idioma; sin embargo, admira a Henry Morton Stanley, aventurero y explorador legendario de origen galés. Cuando Roger tiene oportunidad de hacer un viaje junto a su héroe Henry Morton, descubre que en realidad esa figura que le inspiraba valor y temeridad, era un cruel sanguinario que abusaba de los hombres del Congo, bajo las órdenes de Leopoldo II, rey de Bélgica, obligándolos a recaudar caucho. Tras derribar el altar que había puesto a los pies de Henry Morton, empieza a escribir, mientras trabaja como vicecónsul británico del Congo, un informe sobre las más atroces injusticias y matanzas registradas en dicho lugar, las cuales consistían en quemar vivos o, en todo caso, cercenar los miembros de quienes no cumplían con conseguir la cuota de caucho y marfil que debían recolectar; esto, gracias a que los extranjeros hacían firmar, con mucha malicia y pocos remordimientos, contratos en francés a los congoleses, donde se comprometían tareas tan arduas e insufribles como aquellas.
El informe se hace público y genera un escándalo a nivel mundial, pues el peor rostro del ser humano –ya no humano, sino una bestia– se muestra con todo y colmillos ante un mundo que andaba ciego frente a este sinfín de atrocidades. Este evento derribó el reinado de Leopoldo II.
Roger adquiere relevancia y prestigio tras haber denunciado los abusos en su informe sobre el Congo. Sin embargo, a pesar de llevar consigo graves traumas por el horror al que estuvo expuesto, además de una salud endeble por los constantes ataques de malaria, es enviado una vez más por su gobierno esta vez a otro país ubicado en América del Sur: Perú.
Casement llega a Iquitos y conoce a Julio César Arana, quien se ha apoderado de dicha ciudad y ha logrado someter a los lugareños con escenarios parecidos a los del Congo, pero esta vez específicamente en el Putumayo.
A través de una organización mafiosa y sanguinaria, somete a insufribles castigos a los nativos que no lograban recabar el caucho que se les pedía. Aquí también se mutilaban miembros, se violaban mujeres, se quemaban hombres y mujeres.
A continuación, detallo una de las citas más estremecedoras de esta lectura:
“Macedo y Loaysa decidieron dar una buena lección a los salvajes. Indicando a sus capataces –los negros de Barbados– que tuvieran a raya al resto de los ocaimas con sus máuseres, ordenaron a los “muchachos” que envolvieran a los veinticinco en costales empapados de petróleo. Entonces, les prendieron fuego”.
Entre otro tipo de atrocidades, Vargas Llosa, con una tenebrosa pluma narra:
“Poco después, uno de los cinco barbadenses de Occidente testificó ante la Comisión que él había visto, una noche de borrachera, a Fidel Velarde y a Alfredo Montt, entonces jefe de la estación Ultimo Retiro, apostar quién cortaba más rápido y limpiamente la oreja de un huitoto castigado en el cepo. Velarde consiguió desorejar al indígena de un solo tajo de su machete, pero Montt, que estaba ebrio perdido y le temblaban las manos, en vez de sacarle la otra oreja le descerrajó el machetazo en pleno cráneo”.
Sin embargo, la historia no empieza como se narra en este escrito, sino que Roger Casement, en las primeras páginas del libro, purga prisión, pues había conspirado contra Inglaterra. Además, como un buen escriba que era, no solamente se limitó a tomar apuntes del salvajismo que conllevó ese colonialismo infernal y macabro, sino que también retrató sus fantasías y pasiones amorosas protagonizadas en sus diferentes pesquisas, tanto en el Congo como en el Putumayo: “Uno de los dos muchachos era muy bello. Tenía un cuerpo largo y azulado, armonioso, ojos profundos y de luz vivísima y se movía en el agua como un pez. Con sus movimientos trasparecían, brillando por las gotitas de agua adheridas a su piel, los músculos de sus brazos, de su espalda, de sus muslos. En su cara oscura, con tatuajes geométricos, de miradas chispeantes, asomaban sus dientes, muy blancos”.
Respecto al estilo de la novela, confieso –precisa el escritor Ernesto Facho– que en el año 2010 “la abandoné, pues mi inmadurez o mi poca paciencia no me permitió penetrar en ese inmenso boscaje de datos con que nos llueve el Arquitecto de la narrativa urbana, pues resulta un poco angustiante saber qué más va a suceder con Roger más adelante, mientras Vargas Llosa, preso en su nostalgia de periodista, empieza a detallar, al igual en otras de sus tantas novelas, cifras, nombres, detalles, ambientes, fechas, calles, sucesos, etc., los cuales, es cierto, contribuyen a la trama y, sobre todo, a la construcción del universo en el cual nos quiere hacer entrar o hacer vivir, respirar”.
Pero así como se hace esperar mientras construye y edifica su relato, una vez las estructuras sólidas, se muestra su prosa eminente y llena de un caudal de emociones que van entre la honda reflexión sobre el porvenir del ser humano, la muerte y el sentido del nacionalismo irlandés. Entonces nos preguntamos: ¿En realidad vale la pena perder la vida por la patria?
Así, Vargas Llosa, en esta novela, aborda de manera magistral y periodística, el horror del colonialismo inglés y la tragedia de un hombre, que como anuncia en el epígrafe del libro, es muchos hombres que se contradicen entre sí, pues Roger no solo es un héroe, sino un villano, un traidor, es el inmoral, acaso, por comprar placer a los muchachos que encontraba en las duchas de los baños públicos u otros lugares.
Ahora bien, cabe agregar que Casement no es una invención de Vargas Llosa, sino que se trata de un personaje legendario de Irlanda, el cual llegó en 1910 a Iquitos durante el gobierno de Augusto B. Leguía.
Sin duda alguna, El sueño del celta es una novela que es en gran parte el horror vivido tanto en el Congo como en el Putumayo, donde personas inocentes, víctimas de sus pocos recursos y de su ignorancia, fueron violentados y muertos, bajo la promesa de rescatarlos de la barbarie y civilizarlos por medio del trabajo. Por otro lado, es también la crónica de un hombre que ha descendido a los infiernos a buscar justicia, como un héroe que deja lo mejor de sí para entregarse en favor de los suyos en cuerpo y alma. Por ello, la novela construye también una metáfora del salvajismo que se vive en estos tiempos, donde el ser humano se ha convertido en un ser egoísta que no solo atropella otras vidas, sino también acaba lentamente con su planeta.
Leamos, pues, esta novela de Vargas Llosa, con la misma indignación que debemos sentir frente a las injusticias actuales, las cuales debemos acusar y repudiar desde nuestra óptica de ciudadanos y lectores peruanos.