A diez años de su deceso, Blanca Varela aún es la poeta peruana más estudiada en nuestro país y una singular cumbre de la poesía latinoamericana del siglo XX. Mediante un lenguaje depurado, concibe la realidad como un constante debate existencial en torno a la cotidianidad desosegada y ansiosa, donde la poesía es un escape a la monotonía, el paso del tiempo y la soledad.
En esa línea, trasluce una conciencia crítica y desmitificadora respecto a la mujer (en tanto cuerpo y esencia) avasallada por los ideales del amor conyugal y la maternidad. En su honor, nos queda recibir el paradójico premio que es “otra carrera” y recuperar nuestra sensibilidad humana: “y ponte un alma / si la encuentras”.
Una de las voces más distintivas de la Generación del 50, Blanca Varela nos demuestra que es posible ser visceral en la simpleza, que la vulnerabilidad no siempre requiere de un desborde subjetivo sino de una sola palabra desnuda.
Toma elementos de nuestra tradición nacional y proyecta en ellos sus recuerdos e inquietudes: la costa peruana de Ese puerto existe, el sentimentalismo criollo en Valses y otras falsas confesiones. Su obra es testimonio de cuán insuficiente puede ser el lenguaje para el propio poeta al querer dar cuenta del mundo, y al mismo tiempo, de cuánto puede contener en tan poco. Leyendo a Varela se aprende a llevar un poema en el bolsillo y hacerlo durar todo un viaje.