Nos comparte: Delver Danmer Dávila Dávila.– Hay personas que nos motivan a seguir con nuestros ideales y proyectos. Uno de ellos es don Luis, un buen señor al que siempre observaba desde la movilidad –que nos lleva y trae del trabajo en la ruta a Pampa Grande–, sentado en el piso chancando unos carrizos. Siempre sentado y al parecer sin movilidad en las piernas, pero aun así, dale que dale en su trabajo; así que decidimos visitarlo y conocer un poco más de su historia, para compartirla con ustedes amigos lectores.
Aun así, me atendió muy amablemente y me fue contando su historia. Sus padres le dieron educación hasta tercer grado de Primaria, esto le sirvió para aprender lo básico en lectura, escritura y matemática. Lo llevaron a diferentes lugares para ver si podían ayudarle con lo de sus piernas, usó muletas y otros accesorios; actualmente tiene su silla de ruedas muy antigua. Para ayudar a sus hermanos, así con sus limitaciones, iba hasta Chiclayo y traía diferentes artículos para vender en Saltur, lugar donde le dijeron que él podría trabajar para la empresa y ciertamente unos ingenieros conscientes de que todos somos iguales, le dieron la oportunidad de hacerlo. Ahora ya es jubilado, recibe una pensión por debajo del salario mínimo; vive junto a su hija, su única compañera, pues su esposa ya murió hace dos meses atrás.
Tal vez muchos de nosotros diríamos que con una pensión ya debe descansar y además con su imposibilidad de caminar con más razón; sin embargo, don Luis Monteza Cabanillas nos dice que: “en la vida no hay dificultad que nos justifique no hacer nada, no es bueno estar ociosos y además si haces un trabajo, aunque sea el más sencillo, ‘hay que hacerlo a consciencia y no solo por cumplir’, enfatizó.
Cada día, don Luis confecciona una estera la que vende a siete soles, precio al que hay que descontar, el costo del carrizo que es la materia prima. Ahora, tiene competencia, pero no se amilana porque sabe que sus esteras “están bien hechas, bien ajustadas y de buen carrizo”; él garantiza su trabajo: sus esteras están hechas para durar y para volver por ellas, afirma.
Cuando decidimos compartir un trocito de la vida de don Luis, lo hacemos porque es una historia de vida llena de resiliencia, de aprender a sobreponerse a las dificultades y de encontrar sentido a la vida, el mismo que está más allá de las comodidades o las carencias. Tenemos la esperanza que al leer estas líneas, los jóvenes de esta generación sepan que el estudio y el trabajo dignifican al ser humano. Bien pudo él, ir desde niño a la ciudad a pedir limosna, pero no, decidió la forma más digna de vivir la vida: trabajando. Muchas veces nos quejamos por simples cosas. Él no se queja de su vida y más bien dice que “el respeto es lo mejor, nunca fui de andar en atrevimientos, y siempre me gustó acompañarme de los adultos para aprender de ellos”, manifiesta.
Luego de disfrutar juntos una raspadilla, para aplacar el calor del mediodía, me despedí de don Luis tomándonos unas fotos para el recuerdo y con la sensación esa de que a veces los problemas que tenemos son tan insignificantes ante los que él tuvo que pasar durante toda su vida y sin embargo allí está, siempre trabajando, enfrentando la vida. Gracias por sus enseñanzas, estimado don Luis. Y lo prometido es deuda, volveré con mis estudiantes para que aprendan de su arte y sapiencia.