La vida de Sócrates empieza por su muerte y avanza hacia atrás, como una nécora que se va restando años. Al menos así sucede en el caprichoso imaginario colectivo, donde el filósofo se conoce siempre a través de su episodio con la cicuta. Luego, si acaso, se bucea en su filosofía, que desarrolló durante su madurez, pero nunca, o casi nunca, se llega a sus orígenes. Tampoco en el mundillo académico. Nada extraño si tenemos en cuenta que casi todo lo que sabemos de él nos ha llegado a través de Platón y Jenofonte, que eran mucho más jóvenes y lo trataron principalmente en su última década, cuando ya era viejo y feo. Así que al final, por resumir, no tenemos ni idea de cómo un hombre supuestamente de un estrato social más bien bajo (“del más bajo de lo más bajo”, escribió Nietzsche) llegó a convertirse en el pensador más importante de la Antigüedad.
En ese gran vacío histórico se sitúa “Sócrates enamorado” (Ariel), el nuevo libro de Armand D’Angour, profesor de Estudios Clásicos en Oxford, una suerte de biografía que, tirando del cruce de testimonios y de sus relaciones amistosas y eróticas, explora los detalles menos conocidos de este ilustre griego y derriba algunos tópicos que han acompañado su figura hasta nuestros días. Para empezar, D’Angour sostiene que este no era de una condición tan humilde como la que asumimos, sino que era el hijo de un “empresario” de la cantería y la mampostería relativamente rico y que creció en un entorno de la élite ateniense. Y al contrario de lo que se ha dicho, se educó con algunos de los “mejores profesores del momento”, y su aspiración inicial era hacerse célebre en el campo de batalla por su heroísmo. No fue pacifista ni objetor de conciencia, y participó en varias batallas a lo largo de su existencia, en las que mostró una notable habilidad para el combate. Y sí: fue un joven atractivo que tuvo una vida sentimental bastante agitada y entretenida.
“Algunas estatuas del Sócrates de mediana edad lo muestran bastante guapo. Puede que siempre haya tenido rasgos muy marcados, como la nariz chata y los labios gruesos, pero uno puede tenerlos de joven sin ser “feo”, como el actor Rami Malek, tal vez”, explica el investigador a ABC. La imagen de ese hombre poco agraciado, por ser generosos, proviene de “El banquete”, de Platón, donde Alcibíades lo retrata como un sátiro y establece, así, el canon. La cuestión parece baladí, pero la belleza era una cuestión central en Grecia. Sin ella, quizás, no podría entenderse el relativo éxito amoroso y social de Sócrates, al que D’Angour da una importancia clave para entender su existencia y pensamiento. Y es que esta es, como sugiere el título del libro, la historia de un joven enamoradizo que terminó casándose con la sabiduría.
Antes de eso, Sócrates conoció el amor carnal y espiritual, masculino y femenino. En su historia hubo una mujer fundamental, que no fue Mirto, su primera esposa, ni Jantipo, la segunda, con las que tuvo un número variable de hijos, según las fuentes. No. Esta se llamaba Aspasia de Mileto, una maestra de la retórica y del amor que encandiló al mismísimo Pericles con su belleza y su intelecto, y que fue odiada y criticada con saña por su posición privilegiada y su influencia en el gobierno de la Atenas dorada. ¿Y por qué fue tan importante para el filósofo? Porque él, que presumía de su ignorancia, de ese “solo sé que no sé nada”, afirmó, de acuerdo con “El banquete”, conocer “la verdad de Eros”. Ese conocimiento excepcional se lo atribuyó a una mujer concreta, que en el texto de Platón recibe el nombre de Diotima, pero que en realidad era otra, tal y como defiende D’Angour. Esta otra, claro, era Aspasia, a la que conoció con apenas veinte años.
“Creo que Aspasia jugó un papel importante en sus primeros años de vida. Y que Platón sabía que su “Diotima” ficticia se basaba en la Aspasia real. De ser así, al menos algunos aspectos de la doctrina de Diotima en “El banquete” podrían haberse basado en lo que Aspasia realmente enseñó, como la noción de que el amor debe considerarse como una escalera que va desde la pasión sexual individual a algo más elevado, ya sea el amor a la ciudad a la que uno pertenece o a las ideas” , asegura el investigador. No debemos olvidarlo, insiste: la filosofía nunca fue otra cosa que el amor a la sabiduría.
Puede que él se enamorase de Aspasia, pero eso es algo que no podemos saber. Sea como fuere, la vida no le dio muchas oportunidades con ella. Poco después de cumplir veintitrés años, en el 447 a. C., tuvo que incorporarse a filas para la campaña de Beocia, en una misión capitaneada por Tólmides. Ahí conoce la guerra, con la que tendrá muchas más citas. En esas campañas muchos se sorprenden, además de por su resistencia física al frío y a la fatiga, por las muchas horas que pasa mirando al horizonte, en aparente estado de trance. Algunos estudios médicos de épocas recientes sugieren que podría padecer catalepsia, pero entonces el adjetivo que usaban para describirlo era “atopos”, que significa “excéntrico” o “nada convencional”.