“Me adentré tanto en el alma y la vida de esa gente, que me enamoré de una nativa. Se vestía como una inglesa y su nombre de calle era Josie Bliss. Pero en la intimidad de su casa, que pronto compartí, se despojaba de tales prendas y de tal nombre para usar su deslumbrante sarong y su recóndito nombre birmano”.
Así recuerda Pablo Neruda en sus memorias, ‘Confieso que he vivido’, a la muchacha de la que meses después huyó, ella loca de amor, él con tanto miedo a su pasión que se fue sin despedirse en una madrugada. Apenas dejó una nota. Meses después escribió aquel desajuste en el poema ‘Tango del viudo’, que arranca con la vergüenza del fugado: ‘Oh Maligna, ya habrás hallado la carta, ya habrás llorado de furia,/ y habrás insultado el recuerdo de mi madre/ llamándola perra podrida y madre de perros,/ ya habrás bebido sola,solitaria, el té del atardecer/ mirando mis viejos zapatos vacíos para siempre,/ y ya no podrás recordar mis enfermedades, mis sueños nocturnos, mis comidas/ sin maldecirme en voz alta como si estuviera allí aún...’
Pablo Neruda, nacido como Ricardo Eliecer Neftalí Reyes Basoalto el 12 de julio de1904, criado por sus abuelos por la repentina muerte de su madre dos meses después, el adolescente que con 13 publicó su primer texto en el diario ‘La Mañana’ de Temuco (Chile), con conocimientos de inglés y francés, partió en barco rumbo a Rangún, entonces parte del Imperio Británico, para tomar posesión como cónsul de elección y de tercera clase en 1927. Quien luego sería Premio Nobel (1971) y Premio Lenin de la paz (1953) deseaba salir de Santiago de Chile como fuera. “En Santiago parecía que iba a pasar algo, pero nunca pasaba nada”, escribe Jorge Edwards en ‘Oh, maligna’ (Acantilado), el reciente libro donde novela todo este despropósito.
Por mediación de un amigo logró una audiencia ante un ministro de Asuntos Exteriores, que conocía y valoraba sus poemas (ya había publicado Veinte poemas de amor y una canción desesperada). Le ofreció varias ciudades del mundo “de las cuales sólo alcancé a pescar un nombre que nunca había oído ni leído antes: Rangún”, según cuenta el propio Neruda en sus memorias, Confieso que he vivido. En junio de 1927, junto a su amigo Álvaro Hinojosa, partió a bordo del buque Baden. Tocaron puerto en Lisboa, cruzaron Madrid y París, donde conoció a César Vallejo, hasta llegar a aquel rincón del universo.
La mirada de fuego
“Yo no había venido a Oriente a convivir con colonizadores, sino con el antiguo espíritu de aquel mundo”, escribió el poeta. Y tanto. En el bar que frecuentaban los ingleses, Neruda se fijó en una muchacha “con una mirada de fuego”, relata Edwards. “La birmana [era] delgada, de brazos perfectos, bronceados, vestida con un sarong azul oscuro, con un broche en forma de escarabajo de varios colores en el pelo”. Era una mujer inglesa de día, pues trabajaba para la administración colonial, y birmana de noche.
Neruda acaba de cumplir 24 años, fuma en pipa de espuma y está empezando a cambiarse Neftalí Ricardo por Pablo, pero allí, en la lejana Birmania, recuerda cuando de niño conversó con la directora del Liceo de Niñas de Tamuco. Se llamba Gabriela Mistral. La también futuro Premio Nobel de Literatura de 1945 le prestó libros y él le enseñaba sus poemas.