Joan Margarit es un poeta que persuade, que contagia. Tanto el optimismo como el dolor, porque lo que pretende es emocionar. “No me interesa el poema que no contribuya a hacerme mejor persona, a procurarme un mayor equilibrio interior, a consolarme, a dejarme un poco más cerca de la felicidad, sea lo que sea lo que signifique ser feliz”.
–“El poeta no habla de lo que quiere hablar, sino de lo que puede y necesita decir, y suele pasarse media vida buscándolo”.
–“Para escribir poesía no suele ser útil dejar el sentimiento sin el control de la razón”.
–“Nadie ha madurado sin haber sufrido ninguna conmoción, ninguna pérdida ni ninguna angustia, y los buenos poemas muestran siempre lo importante que es la experiencia del dolor”.
El dolor. El dolor ha estado pegado como una camisa a Joan Margarit. Sufrió con la enfermedad de su hija Joana y de ahí surgió un libro, Joana, esplendoroso. Escribir no le salvó pero sí le ayudó. En una entrevista a este periódico el pasado 8 de mayo, cuando fue galardonado con el Premio Reina Sofía de Poesía, dijo: “Poco hay que consuele de las miserias de la vida. Creo que la búsqueda de la belleza es la antesala de lo que llamo una zona de verdad, pero te lo tienes que buscar. Tienes que vivir tu vida, con lo positivo y lo negativo. Y todo eso es complejo, cuesta. Si te regalan algo, desconfía; o bien no sirve para nada o te piden algo a cambio.”
Margarit fue un muchacho que empezó a escribir poesía mientas cruzaba el Océano Atlántico en aquellas travesías que entre Tenerife (donde se había trasladado su familia) y Barcelona se tardaba cuatro o cinco días en barcos de línea regular y “al menos 10 en algún mercante”. Entonces no supo lo que aprendió más tarde: “El contenido no es una cuestión de contenido, sino de intensidad”.
Así lo confiesa en Un mal poema ensucia el mundo. Ensayos sobre poesía (1988-2014) (Arpa editores). Por entonces no admiraba como luego “la seriedad, la concisión y al mismo tiempo el sentido del humor” de Salvador Espriú, “Francisco de Quevedo me arrastró hacia la unidad más profunda del fondo y la forma”... y detalla lo que fue admirando de Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, Borges... “Blas de Otero, José Agustín Goytisolo y José Emilio Pacheco me dieron la medida de la precaución que uno debe exigirse ante la posibilidad de mezclar la propia vida con impaciencias de tipo social”. Qué generosidad.
Y qué pasión, cuando dice que la poesía es “una necesidad imperiosa, inaplazable”. Parece que le urge. “Siempre he tenido la conciencia de que la poesía, para mí, se extendía por toda la vida”, dice. ¿Quizá porque “la vida es absurda sin la poesía”?.