Hace una semana, en casa nuestra una pareja amiga comentó un tema suyo muy singular, y desconcertante. Aseguraba que, desde su experiencia, cuando se niega a un niño antes de nacer, sea por diversos motivos, se marca en él un nacimiento apocado, ofensivo, violento, de acento rebelde y hasta resentido. Escucharlo me recordó el estreno de la película peruana La Teta Asustada. Consecuencia de esta creación cinematográfica fue la obtención de meritorios reconocimientos, como fue, por ejemplo, el Oso de Oro en el festival del cine de Berlín, gracias a la trama desarrollada en este film, recuerda el docente universitario, filósofo y máster en ciencias para el estudio de la familia y matrimonio, José Luis Estela Sánchez.
Así pues, el panorama durante los años 1980 y 2000 fue duro por una violencia armada interna que ningún peruano hoy desea volver a vivir. Pero, después de casi 20 años de terror generalizado, ¿cuál fue su legado?, no cabe duda, lo heredado es un sinsabor o una especie de herida social que, creo yo, aún no termina de cicatrizar. Y no se cura porque aún no se ha hecho lo suficiente para sanarla. Se dice que, a pesar de la crisis interna o externa, se avizora un Perú económicamente más fructífero y que lo será gracias al rebrote de la minería formal, del repunte turístico o por la inversión en una educación de calidad; esperamos sea así. Sin embargo, más allá del progreso macro o microeconómico, o industrial, se percibe aún una extensa brecha que aún hiere y continúa cercenando o dividiendo cada día más a los peruanos. Es ahí donde la figura de la joven Fausta (personificado por Magaly Solier) irrumpe como un símbolo tan actual. Fausta es la indígena que nos recuerda al Perú de hoy. Un país que gobernando a solas se empeña en temas bizantinos y que desgasta energías generando divisiones que dañan. Sentimos un desgobierno de dos mundos irreconciliables que, por un lado, aparenta ser un país “desarrollado”, con ciertos rasgos de un poder político en discordia, y, por otro lado, un país indígena olvidado, o un país serrano lastimero que se muere por asfixia sin el aire selvático. Un Perú sin visión de periferia. Se intenta atender las fronteras pero aún somos ciudadanos de una sociedad infraterna que hemos construido; en ella se afinca y se hospeda el olvido de la promesa política. Aún nos falta valorar la diversidad cultural. Nuestro mismísimo país ha perdido la brújula de un mundo reconciliado porque encarna una cultura urbana intolerante que se prioriza a sí misma y toma partida de manera injustificable todo acto de racismo contra los quechuahablantes. Nuestro mismísimo país, además, ha olvidado erradicar lo rayano a la extrema pobreza, aquella pobreza doliente que haciéndose miseria a cualquiera le indigna, explica el filósofo José Luis.