Cultura
Publicado el Viernes, 13 de Septiembre del 2019

La teta asustada nutre el terror

Fausta (Magaly Solier) irrumpe como un símbolo actual. Es la indígena que nos recuerda al Perú de hoy

 Hace una semana, en casa nuestra una pareja amiga comentó un tema suyo muy singular, y desconcertante. Aseguraba que, desde su experiencia, cuando se niega a un niño antes de nacer, sea por diversos motivos, se marca en él un nacimiento apocado, ofensivo, violento, de acento rebelde y hasta resentido. Escucharlo me recordó el estreno de la película peruana La Teta Asustada. Consecuencia de esta creación cinematográfica fue la obtención de meritorios reconocimientos, como fue, por ejemplo, el Oso de Oro en el festival del cine de Berlín, gracias a la trama desarrollada en este film, recuerda el docente universitario, filósofo y máster en ciencias para el estudio de la familia y matrimonio, José Luis Estela Sánchez.

Quizá ciertas escenas resulten graciosas, pero, para quien conoce la historia violenta que azotó la serranía peruana, no las son. Ninguna colinda con la burla. Sí, en cambio, revelan ciertos males sociales enraizados en nuestro país, como la manipulación, la aniquilación cultural, la dominación política y la opresión, males que se han adherido con facilidad en el vientre social de nuestra nación. Aquella época fue convivir con el terror senderista, años negros en los que el miedo o el pánico de un coche bomba era el pan nuestro de cada día. Años de violencia sangrienta, ríos de lágrimas de dolor por la muerte de personas inocentes o la insuperable desolación, casi sin esperanza, de ya no encontrarlos vivos, eran otras angustias que hacían del Perú un país asustado preñado de terror endémico. Aquel mundo desolador se asomó de una manera más enfermiza en aquellas hermosas tierras serranas como las de Ayacucho, Huamanga (conocida irónicamente como tierra de los muertos), Moquegua, o como las del Alto Huallaga, lugares donde los primigenios indicios de una alianza entre el terrorismo, el narcotráfico, y la minería destructiva ilegal, hoy nos cobran el nacimiento de una factura de altísimo precio, detalla Estela Sánchez.

Así pues, el panorama durante los años 1980 y 2000 fue duro por una violencia armada interna que ningún peruano hoy desea volver a vivir. Pero, después de casi 20 años de terror generalizado, ¿cuál fue su legado?, no cabe duda, lo heredado es un sinsabor o una especie de herida social que, creo yo, aún no termina de cicatrizar. Y no se cura porque aún no se ha hecho lo suficiente para sanarla. Se dice que, a pesar de la crisis interna o externa, se avizora un Perú económicamente más fructífero y que lo será gracias al rebrote de la minería formal, del repunte turístico o por la inversión en una educación de calidad; esperamos sea así. Sin embargo, más allá del progreso macro o microeconómico, o industrial, se percibe aún una extensa brecha que aún hiere y continúa cercenando o dividiendo cada día más a los peruanos. Es ahí donde la figura de la joven Fausta (personificado por Magaly Solier) irrumpe como un símbolo tan actual. Fausta es la indígena que nos recuerda al Perú de hoy. Un país que gobernando a solas se empeña en temas bizantinos y que desgasta energías generando divisiones que dañan. Sentimos un desgobierno de dos mundos irreconciliables que, por un lado, aparenta ser un país “desarrollado”, con ciertos rasgos de un poder político en discordia, y, por otro lado, un país indígena olvidado, o un país serrano lastimero que se muere por asfixia sin el aire selvático. Un Perú sin visión de periferia. Se intenta atender las fronteras pero aún somos ciudadanos de una sociedad infraterna que hemos construido; en ella se afinca y se hospeda el olvido de la promesa política. Aún nos falta valorar la diversidad cultural. Nuestro mismísimo país ha perdido la brújula de un mundo reconciliado porque encarna una cultura urbana intolerante que se prioriza a sí misma y toma partida de manera injustificable todo acto de racismo contra los quechuahablantes. Nuestro mismísimo país, además, ha olvidado erradicar lo rayano a la extrema pobreza, aquella pobreza doliente que haciéndose miseria a cualquiera le indigna, explica el filósofo José Luis.

Suscríbete a La Industria

Disfruta de nuestro contenido a diario