Cultura
Publicado el Domingo, 08 de Septiembre del 2019

El retrato más cruel de Napoleón

Describen a Napoleón como bajito, desproporcionado, violento y maleducado.

 Convertida casi en cronista del corazón, Madame de Rémusat ofrece en “Las guerras privadas del clan Bonaparte”, prácticamente un retrato periodístico de la vida privada y secreta de la corte de Napoleón y de Josefina, un libro hasta ahora inédito en España.

En 1802, cuando Napoleón Bonaparte constituyó su corte, nombró a Madame de Rémusat dama de compañía de la emperatriz Josefina, y por su ingenio, inteligencia e instrucción, Claire de Rémusat pasó a ser la conversadora predilecta de Napoleón, y lo mismo ocurrió con Madame Bonaparte, quien la consideró su amiga y confidente.

Su posición privilegiada convirtió a Madame de Rémusat en un testigo único de los primeros años del siglo XIX en Francia y sus memorias, ricas tanto en observaciones políticas como en revelaciones picantes sobre la familia Bonaparte, no son solo una crónica de la vida secreta de la corte napoleónica sino, sobre todo, un auténtico tesoro de psicología y sentido del humor.

Fueron escritas después de la caída del emperador y comprenden el periodo de 1802 a 1808, cuando los planes españoles de Bonaparte propiciaron las primeras fricciones entre el mandatario y su ministro Talleyrand.

“Las guerras privadas del clan Bonaparte” (Arpa), recoge una significativa selección anotada por el también autor e introductor, Xavier Roca-Ferrer, de los mejores pasajes de las memorias de Madame de Rémusat.

Según explica en la introducción el traductor y antólogo del volumen, estas memorias son “auténticas instantáneas del emperador y su extraña familia, con un valor casi periodístico en unos tiempos en los que no se habían inventado la fotografía ni los paparazzi”, y la descripción de la coronación en Nôtre-Dame y sus incidencias, es “un reportaje digno del mejor ‘papier couché’ que ni el pincel de David podía captar”.

Roca-Ferrer, novelista, filólogo clásico, traductor de Horacio y notario, deja constancia de que la “ingratitud” de Madame de Rémusat es probable que se deba al “olvido consciente” del hecho de que su marido y ella fueron algo y vivieron “felicísimos gracias a Napoléon a lo largo de tres lustros”.

De hecho, tras la derrota definitiva del militar corso en Waterloo, el matrimonio Rémusat se integró sin problema alguno en la sociedad de la restauración borbónica, y “aunque perdió su puesto en el funcionariado imperial”, Luis XVIII nombró al entonces conde de Rémusat en 1815 prefecto del Haute-Garonne y posteriormente en Lille prefecto del Norte, hasta 1822, un año antes de su muerte.

El talento literario de Claire de Rémusat no obtuvo su reconocimiento hasta que tras su muerte su nieto, Paul de Rémusat, publicó sus “Mémoires”, a las que siguió parte de la correspondencia con su hijo Charles de Rémusat.

Las memorias de Claire, escritas después de la caída del emperador y cuando los Rémusat se habían instalado a su plena satisfacción en la Francia de Luis XVIII, rebosan de fina ironía y arrojan luz sobre la corte de Napoleón y las mezquinas querellas familiares entre los Bonaparte y los Beauharnais.

La joven Claire había perdido a su padre y a su abuelo en la revolución de 1789, ambos implicados en la conspiración de Saint-Lazare dirigida por el general Beauharnais, primer marido de Josefina Bonaparte, y fueron guillotinados.

La muerte y subsiguiente confiscación de los bienes de la familia paterna dejaron a madre e hijas, Claire y Alix, casi en la miseria, hasta que se casó con Augustin-Laurent de Rémusat, a la sazón viudo.

Las memorias de Madame de Rémusat no serían lo que son, y quizá ni siquiera existirían, aventura Roca-Ferrer, sin la aparición de Talleyrand en la vida del matrimonio. Talleyrand, figura fundamental en la Francia de la época, de expresión gélida, silencioso, con una ostensible cojera, impresionó a la joven Rémusat, 26 años más joven que él.

Al coincidir en un viaje a Bruselas en 1803, todavía durante el Consulado, “la relación entre ambos empezó a calentarse” y dos años más tarde coincidió con el marido en Austerlitz y luego en Viena y, no se sabe muy bien por qué, comenzó a catequizarlo en contra de su “natural señor”.

 

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