Doña Petronila tenía el corral más hermoso de todas las granjas del lugar, y siempre estaba presumiendo entre sus amistades y contando mil historias de aquel.
Últimamente, las comadres del corral murmuraban que habían oído a la gallina Sabia durante la noche y que les pareció verla disfrazada de cantante. Efectivamente, a la vanidosa ave se le había ocurrido ensayar gorgoritos a todas horas y pasear a la luz de la luna imaginando mil fantasías. Ya se veía en un escenario de ópera frenéticamente aclamada por todos los públicos.
–¡Óiganme todos –gritaba–; me ha sucedido algo maravilloso esta noche! Escúchenme bien: Estaba debajo del manzano mirando al cielo, y me puse a interpretar mi ópera favorita con una voz tan dulce y perfecta, que una estrella se desmayó de emoción y me cayó en la frente. ¡Miren… fue aquí!
Y señalaba el lugar exacto donde se había posado la estrella. Lo explicó todo con una voz tan persuasiva, que algunos llegaron a creerle, y desde entonces empezaron a mirarla con mayor interés.
Por aquellos alrededores merodeaba una astuta zorra.
Al atardecer contemplaba golosamente a la gallina. Sabía que se pavoneaba vanidosa de un lado a otro luciendo sus habilidades y, ciertamente, a la zorra le caía muy graciosa también, pero pensando lo rica que estaría con tomate.
La zorra esperó pacientemente a que todos se hubieran acostado, y cuando la gallina quedó sola, se llegó hasta la cerca metálica y, dulcificando la voz hasta el máximo, le dijo:
–Oye, gallinita, ¿es cierto que cantas ópera? No se habla de otra cosa en la ciudad: tu fama ha cruzado incluso las fronteras de este país. Me gustaría muchísimo oírte pero estarás cansada y no quiero molestarte.
–Celebro de veras que reconozcas mis dotes artísticas. ¿Qué quieres que te cante? Conozco un repertorio extensísimo, así que puedes escoger.
Al día siguiente la astuta zorra, llegó al corral fingiendo mucho cansancio:
–¡Corre, gallinita, corre; prepara tus cosas y ven conmigo! E ido a la corte y el rey desea verte enseguida. Ha preparado una gran fiesta para ti.
La pobre tonta presa de emoción, empezó a llamar a sus amigos para comunicarles tan grata noticia, y la zorra se escondió para no ser vista por los otros.
Entre todos la ayudaron a escapar del corral y la despidieron deseándole mucha suerte. La zorra se reunió con ella en un claro del bosque y continuaron el camino.
–¿Estás segura –decía la infeliz ave– que este es el camino de palacio?
La zorra, muy hábilmente, la condujo hasta su guarida y la encerró bajo llave.
Aquello había salido a las mil maravillas y el listo animal volvió al corralillo a probar suerte con los demás.
–Acérquense, amigos. Vengo de parte de la gallina Sabia para decirles que ha obtenido un éxito fabuloso en la corte y que les espera a cenar esta noche.
Todos se fueron tras ella con la ilusión de poder ver al rey y oír a su amiga y los aplausos sin duda, le dedicarían los cortesanos.
Como fuese que la guarida de la zorra quedaba un poco lejos y en el grupo había muchos pollitos y patitos que se cansaban demasiado, decidieron dormir un poco y reponer fuerzas.
Entonces, una estrella que les había seguido en el camino se acercó muy despacito a los inocentes animalillos y les dijo suavemente, para que la zorra no pudiera oírla:
–Tengan mucho cuidado, amigos. Este animal los quiere llevar a su casa y comerles uno tras otro. La gallina Sabia no está en la corte, sino encerrada hace ya cuatro días. Aléjense de la zorra y vuelvan a su corral.
Entre todos, armados de gran valor, empezaron a picotear a la zorra después de haberla atado, fuertemente a un árbol, hasta que les entregó la llave de su casa. Luego fueron en busca de la gallina Sabia que lloró de alegría al verlos.
Y la calma y la paz volvieron a reinar en el corral de doña Petronila. A la gallina Sabia, aquella experiencia la convirtió en un ave buena y sencilla.
Y colorín, colorado…