“Que se prepare todo el pueblo de Venezuela, la clase obrera, los trabajadores, todos los gobernadores y la Fuerza Armada Nacional Bolivariana. Somos felices, la Venezuela bella, la que sí puede. Por un lado el trabajo y el estudio, y por otro la rumba (fiesta)”, clamó Nicolás Maduro para anunciar que desde el viernes Venezuela adelanta oficialmente la Navidad.
El viaje a Baku para entregar la presidencia de los Países No Alineados (“¡Llegué victorioso!”, resumió Maduro al bajar del avión) y las revueltas continentales se han confabulado para provocar la euforia presidencial. “Nos emociona que los pueblos en las calles digan constituyente. Sabemos que es el camino de América Latina, la democracia participativa y la libertad de los pueblos”, confesó emocionado el “hijo de Chávez”, quien en 2017 impuso una Asamblea Constituyente revolucionaria para bloquear al Parlamento democrático.
Una cosa es el plan bolivariano y otra, muy distinta, la realidad. “¿Navidad? Aquí no tenemos nada que celebrar, pero si ni siquiera tenemos esperanza”, resume la quiosquera Alsira G. en el barrio caraqueño de Santa Mónica, clase media que subsiste a la caza de los billetes verdes americanos en un país dolarizado. Hasta las hallacas, el plato navideño favorito, se comprarán este año con dólares.
Sabedor de la importancia de las tradiciones, Maduro ya ha anunciado una inversión de 11 millones de euros para la importación de perniles de jamón, otra de las liturgias gastronómicas de los venezolanos.