Ante una protesta racial que no cesa y una reciente ola de ataques contra estatuas que abarcan desde Cristóbal Colón hasta los generales confederados que perdieron la Guerra Civil, Donald Trump ha decidido abanderar la defensa de todo el legado histórico de Estados Unidos sin reparos y con orgullo, afirmando que «de ninguna manera se van a curar estas heridas si se califica falsamente y por defecto, como se hace, a decenas de millones de americanos decentes como racistas o intolerantes».
El último caballo de batalla de la protesta
nacional contra el racismo es cambiar el nombre de un puñado de bases militares dentro de EE.UU. que tomaron su nombre de soldados confederados que perdieron la guerra, como Fort Bragg o Fort Hood. «Son parte de nuestro legado», ha proclamado el presidente en Twitter. Contradice así hasta a las propias Fuerzas Armadas, dado que el lunes pasado el Cuerpo de Infantería y el Pentágono dijeron en un comunicado que están dispuestos a abrir «una conversación bipartidista sobre el asunto». En un claro desafío al presidente, una comisión del Senado, que controlan los republicanos, aprobó el miércoles iniciar los trámites para cambiar los nombres de esas bases.