Internacional
Publicado el Lunes, 27 de Enero del 2020

El Gobierno australiano, bajo “fuego amigo”

Activistas contra el cambio climático en Sidney

 Australia es un país de naturaleza poderosa. Si en 1967 el mar se tragó para siempre a su entonces primer ministro, Harold Holt, que salió a nadar y nunca más volvió, en 2020 el problema lo plantea el fuego, que está poniendo en serios problemas al actual ‘premier’, Scott Morrison, apenas ocho meses después de acceder al poder.

“El Gobierno se mueve como pollo sin cabeza”, graficó recientemente el respetado ‘The Age’, el principal periódico de Melbourne. Y el domingo, en medio de la controversia que siempre genera el Australia Day, el día nacional de Australia, el debate se potenció: los incendios y la política del Gobierno se mezclaban con el recuerdo de la ‘generación robada’ a los aborígenes. “Tiempo de reflexión, no de orgullo”, decía un cartel exhibido por un manifestante. “No hay orgullo alguno en un genocidio”, decía otro.

El inicio de 2020 está siendo durísimo en el sexto país más grande del planeta. Los incendios, los mayores en la historia de Australia, han costado hasta ahora 35 muertos y han arrasado con una extensión del tamaño de Corea del Sur o Hungría. Se estima que unos mil millones de animales han muerto, el país está conmovido por las imágenes de casas reducidas a cenizas y canguros, koalas y otros animales icónicos del país-continente, víctimas de horribles quemaduras o sometidos a eutanasia. Morrison, de 51 años y líder del Partido Liberal, necesita encontrar pronto una manera de no ser calcinado políticamente por los incendios.

Jefe de gobierno de una coalición de centroderecha que incluye al Partido Nacional, Morrison es recordado por los australianos por haber exhibido ante todo el Parlamento reunido en Canberra un trozo de carbón. Fue en 2017, él era aún el ministro del Tesoro y sorprendió al gobierno y la oposición al blandir un trozo de carbón. “¡No tengáis miedo, no os asustéis, esto es carbón!”, espetó a los opositores, a los que acusó de “carbónfobia” y rechazo “patológico” a una actividad que genera 45.000 millones de dólares anuales en exportaciones.

 

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