Un año antes de las anteriores elecciones presidenciales, Donald Trump se abría paso en las primarias del Partido Republicano con una campaña de bajo coste que empleaba a 19 personas y operaba desde una oficina en su rascacielos de Nueva York. Cuatro años después, el actual presidente tiene en marcha la maquinaria de reelección más formidable y bien engrasada en la historia reciente de la política norteamericana.
Cuando Trump consiguió ganar la nominación en julio de 2016 lo hizo tras haberse gastado 63 millones de dólares, una cifra ridícula comparada con sus contrincantes y predecesores. En esta ocasión, cuando quedan todavía ocho meses para el congreso en que el Partido Demócrata elegirá a su candidato, el presidente, que no tiene oposición de verdad en las primarias, lleva gastada la friolera de 531 millones, una buena parte en anuncios de radio, televisión y redes sociales.
La sombra del “impeachment”
No son pocos los peligros a los que se enfrenta Trump en su reelección. Lo más importante es que con toda probabilidad será el primer presidente en la historia que hará campaña después de haber sido recusado en el proceso de “impeachment”, ya que los demócratas cuentan con los votos necesarios para hacerlo en la Cámara baja del Capitolio.