El aviso del FBI en su página web parece una biografía de género negro: “Confesiones de un asesino”. Lo ha publicado esta semana la agencia policial estadounidense con la historia de Samuel Little, un anciano de 78 años que en año y medio ha pasado de ser un simple y horrible criminal al mayor asesino de la historia de EE.UU.
De hecho, hasta 2014, Little era poco más que un delincuente común, detenido docenas de veces por robos armados, violaciones o secuestros en varios estados del país. Hasta entonces, septuagenario, solo había pasado diez años entre rejas por esos crímenes. Pero le encontraron culpable de tres homicidios ocurridos a finales de la década de 1980 y principios de la de 1990. Cerca de cumplir los ochenta años, Little se iba a llevar sus memorias con él a la tumba. Y nadie podía imaginar lo que almacenaba su disco duro mental. James Holland, un miembro de los Texas Rangers, la policía de investigación del estado sureño. El FBI se dio cuenta de que Little cumplía un patrón: había conseguido evitar ser condenado por delitos violentos año tras año y estado tras estado en los que se habían denunciado la desaparición de mujeres. Holland, un experto en confesiones, se centró en un principio en el caso de Denise Brothers, una joven prostituta a la que se había perdido la pista en Odessa (Texas) en 1994.
Holland consiguió ganarse la confianza de Little dejando de lado su condición de depredador sexual, algo que el criminal siempre negó, y le trató, casi como un elogio, de “killer”, una forma enfática de llamarle asesino. Confesó el asesinato de Brothers.
Empezó a hablar y no paró en 48 días seguidos de interrogatorio, con jornadas de cuatro horas sin parar. Engrasado con pizzas y su refresco favorito, Little confesó 65 asesinatos. En los siguientes meses, llegarían hasta un total de 93 confesiones.