Internacional
Publicado el Martes, 30 de Julio del 2019

La primera guerra del cambio climático

Un pastor dinka protege su rebaño con un AK 47 en Sudán del Sur.
 El Mundo (España).– Nunca habían visto tan al sur de África el rostro de María Theresa Thaler, la antigua emperatriz del Imperio austrohúngaro. Las viejas monedas de plata, grandes como galletas María y acuñadas en 1870 con su cara impresa en plata, viajan como adorno en el pelo de las mujeres nómadas desde hace siglos, los mismos siglos que lleva su pueblo haciendo la travesía desde los desiertos hacia las zonas verdes del continente en busca de alimentos para sus rebaños.
 
Nadie sabe de dónde sacaron los peul, la tribu sin Estado más grande del mundo, esos millones de Thaler (pronunciado dáler, el origen de la palabra dólar), llamadas así por la cara de la emperatriz que manejan como moneda de curso legal, cuando la última acuñación oficial fue en 1858.
 
Las antiguas huellas de la transhumancia, abiertas como arterias en el continente durante siglos, se prolongan cada vez más en busca de nuevos territorios. Esos territorios ya están ocupados y sobreexplotados por agricultores, que ven como las vacas de los nómadas acaban comiendo sus cosechas. Eso está provocando conflictos, matanzas, saqueos y venganzas. En definitiva, una guerra.
 
Al margen de la anécdota numismática, la falta de lluvias y la desertización galopante más allá de sequías puntuales, los están llevando cada vez a explorar nuevos territorios en busca de pastos verdes.
 
La primera gran sequía registrada y documentada fue la de 1915 y provocó una gran migración hacia las zonas más fértiles del sur. Esta situación se ha repetido durante los 70 y los 80, unido además a la sobreexplotación de los pozos y los acuíferos.
 
El lago Chad, que era la principal fuente de agua del Sahel, imprescindible para esos rebaños de las tribus nómadas, ha perdido un 90% de su superficie en cuatro décadas, dejando en su interior miles de pequeñas islas. Eso provoca, además, que se esté acabando su pesca, de la que viven 40 millones de personas en Camerún, Nigeria, Níger y Chad. Hoy el lago se evapora por las altas temperaturas sin que nadie intente revertir el proceso.
 
El pasado mes de junio, 95 personas de la etnia dogon, la mayor parte de ellos agricultores, fueron masacradas en la aldea de Sonankoubou, el centro de Mali. Un grupo de hombres armados llegó al poblado y lo rodeó por completo, antes de prender fuego a las viviendas con sus habitantes dentro. Los testigos describieron a milicianos peul o fulani.
 
A los que trataban de huir los atacantes los abatieron a tiros. Tres meses antes, había sido al contrario: cazadores dogon mataron a 150 nómadas en Ogossagou. En Nigeria, los enfrentamientos entre pastores y agricultores dejan ya 3.641 muertos desde 2016. En República Centroafricana, país en conflicto desde 2012, es mucho más difícil contar los muertos pero todo el norte del país sufre la violencia por el control de las tierras.
 
Este mismo año, en Burkina Faso, un conflicto interétnico en el centro del país, dejó 46 muertos entre los pueblos mosi y fulani. En cada país del Sahel tienen un nombre, pero el origen de la violencia es el mismo.
 
Jesús Díez Alcalde, analista de África del Instituto Español de Estudios Estratégicos, cree que “ha habido largos periodos de tiempo en que estos grupos nómadas y sedentarios han convivido en paz.
 
Aunque el dominio del imperio teocrático musulmán de los fulani contra los pueblos paganos –incluidos otros fulani no religiosos– fue el factor clave que explica el actual enfrentamiento, la lucha actual cada vez se debe más a un asunto de mera supervivencia y control de los escasos recursos naturales.

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