Emmanuel Macron ha instalado el problema de la inmigración en el corazón de su acción política, invitando a su partido a “aproximarse” a las “clases populares” y poniendo un “límite” a las “posibilidades de integración”.
Con matices verbales propios, Macron hace suya la doctrina oficial de Nicolas Sarkozy, desde el 2006, cuando, siendo ministro del Interior de Jacques Chirac, rechazó las “regularizaciones masivas” de inmigrantes y comenzó a combatir los “matrimonios blancos”.
Sarkozy convirtió en cuerpo de doctrina política su estrategia de la “inmigración escogida”. Macron se limita a sugerir una tendencia.
Sarkozy justificó su política de control de fronteras explicando que su gobierno, el Estado, debía “escoger” a los inmigrantes que, desde la óptica nacional, justificaban su instalación en Francia: por razones de calificación laboral o políticas.
Macron prefiere cubrir con una cierta ambigüedad calculada su política concreta, que puede conocerse por su puesta en práctica.
La República En Marcha (LREM), el partido de Macron, ha recibido la orden oficiosa de “aproximarse a las clases populares”, dejar de comportarse “como un partido burgués”, para mejor comprender la “inquietud” de las clases populares. En términos prácticos, se trata de pescar votos entre los electores populares que sienten la tentación de votar a la extrema derecha de Marine Le Pen.
Los ministros de Macron han recibido la consigna de “frenar” la inmigración, a través de los recursos clásicos: mejor control de las fronteras, mejor “colaboración” con los vecinos y aliados europeos, más “eficacia” en las expulsiones de ilegales. El todo, cubierto con una consigna global: “Francia no puede recibir a todo el mundo. Debemos ser humanos, pero realistas y eficaces”. Era una consigna que repitieron, en su día, con las mismas palabras, Michel Rocard, antiguo primer ministro socialista, y Nicolas Sarkozy.