El cara a cara con Trump, en una terraza junto a la playa desierta tomada por las fuerzas de seguridad, sirvió a Macron para repasar todos los escollos que convierten el G7 en un campo políticamente minado. Se trataba, por citar el neologismo que empleó un colaborador del presidente francés, de “des-conflictuar” la relación. Es decir, buscar el mínimo denominador común y, sobre todo, jugar la carta de la relación personal para evitar que entre el sábado y el domingo, cuando concluye la cumbre, todo descarrile, como sucedió en la cumbre de Canadá.
Trump aterrizó en la localidad francesa de Biarritz desbocado. El viernes, antes de subirse al Air Force One, anunció un aumento de aranceles a China en represalia por medidas similares que había adoptado Pekín, e instó a las empresas estadounidenses a dejar de fabricar en el país asiático. También amenazó a Francia con ampliar los aranceles a su vino como castigo por el impuesto francés que gravará a las grandes empresas tecnológicas. “Si lo hacen, impondremos aranceles como nunca han visto”, advirtió.
La lista de desencuentros es larga. Incluye los acuerdos para combatir el cambio climático y para frenar el programa nuclear iraní. EE UU, bajo el mandato de Trump, se ha retirado de ambos. Las divergencias llegan hasta la misma existencia del G7, el grupo de las democracias industriales, que agrupa a Estados Unidos, Alemania, Japón, Francia, el Reino Unido, Italia y Canadá. Desde que llegó al poder en 2017, Trump no se ha sentido cómodo en este foro, expresión de un multilateralismo que choca con la doctrina del America First (América primero).
En la última cumbre del G7, en 2018 en Canadá, Trump retiró la firma del texto a última hora porque le disgustaron las palabras del primer ministro canadiense, Justin Trudeau, en la rueda de prensa final.
Macron dedicó las horas previas a la inauguración oficial de la cumbre —una cena en el faro de Biarritz— a buscar la distensión. “Debemos alcanzar una forma de desescalada, es decir, estabilizar las cosas y evitar esta guerra comercial que se está instalando por doquier”, dijo primero en un mensaje televisado. Unos minutos después, tras sentarse con Trump para comer y antes de que las cámaras y los micrófonos se retirasen, declaró: “Hablaremos de temas económicos, nuestra voluntad es que las cosas puedan apaciguarse al máximo para el crecimiento y la creación de empleo en nuestros países”. Y Trump bromeó: “A veces nos atacamos un poco, pero no demasiado”.
La reunión pretendía desminar el terreno, punto por punto. “Que el presidente vea a Trump durante dos horas cara a cara, le permite converger, organizar el debate”, dijo la citada fuente, que pidió anonimato. “En Irán no quiere la guerra, quiere un acuerdo. En la Amazonía quiere apagar los incendios, aunque veamos las cosas de forma diferente en cuanto al clima. En el comercio, tiene claro que hay que presionar a China, pero entiende el impacto que tiene sobre la economía mundial”.
Macron tuvo que esforzarse para dar explicaciones a sus socios más próximos sobre su posición ante el pacto de libre comercio con Mercosur —el mercado común formado por Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay—. El viernes, el palacio del Elíseo, sede de la presidencia francesa, alegó que el presidente brasileño, el ultraderechista Jair Bolsonaro, había mentido sobre sus compromisos medioambientales al firmar el acuerdo en junio. Los incendios de la Amazonía serían la prueba de ello, según ese razonamiento. “En esas condiciones, Francia se opone al acuerdo de Mercosur tal como está”, dijo el Elíseo en un comunicado.