El Telégrafo (Ecuador).– “Es la primera vez que vengo a un comedor a pedir comida, nunca en mi vida estuve así”, revela Rodolfo Fabián Sánchez, uno de los centenares de argentinos que hacen cola en el comedor social María Mazzarello de Buenos Aires.
Nunca habían tenido tanta gente esperando para conseguir un plato caliente a sus puertas y aunque reciben suministros del Gobierno de la capital argentina para alimentar a 320 personas, se las ingenian para atender a 600.
“Tenemos que estirarlo con arroz y con papa para que la gente coma bien. En realidad tenemos la mitad de la comida, el resto la tenemos que inventar nosotros”, explica Cristian Gorosito, uno de los cocineros del María Mazzarello, situado en el barrio porteño de Almagro, aunque la gente de la calle lo conoce popularmente como “el comedor de Mafalda”.
Mientras Sánchez, de 49 años, espera con un recipiente el guiso de lentejas del que comerán él, su mujer y su hija, relata que vive en un hotel, debe dos meses de alquiler y no consigue trabajo.
Según Gorosito hay mucha gente que perdió el trabajo y sentía reparo de acudir a recoger comida, pero “hoy ya no tienen vergüenza porque tienen hambre”.
En el último año, el producto interno bruto de Argentina (PIB) bajó el 2,5% y la inflación se disparó al 47,6% –la más alta en 27 años–, mientras que el peso argentino sigue depreciándose respecto al dólar día a día.
En consecuencia, 3,4 millones de personas, es decir el 7,9% de la población del país suramericano (44.27 millones de habitantes), vive ahora en inseguridad alimentaria.